Por Nicolás Núñez, dirigente de Izquierda Socialista/FIT UNIDAD
Compartimos esta nota, como un primer artículo de porqué pensamos que es necesario terminar con el sistema capitalista. Y en una segunda nota desarrollaremos cómo pensamos que debe ser construida su superación con un gobierno de la izquierda y las y los trabajadores que avance hacia el socialismo.
“Vuelvo a repetir lo que ya he dicho en muchas oportunidades, hoy el capitalismo ya no es una ideología, es simplemente el modo de producción de bienes y servicios más eficiente”. En su última “clase magistral” la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner volvió a insistir en su reivindicación del sistema que ordena la economía y la política a nivel mundial. Es real que no se trata de un tema ideológico, sino de la evidencia histórica concreta y palpable, que refuta brutalmente la afirmación de Cristina.
Partamos de la realidad: el capitalismo no es la “codicia”, o simplemente un sistema en el que los empresarios tengan un peso particular, o en el que el dinero tiene un poder especial, y quien tiene más dinero tiene más poder. Antes que todo eso, se trata de un sistema en el que, sobre la base de la propiedad privada de los medios de producción, un sector minoritario de personas (que forman una clase social), los capitalistas o empresarios, se apropian de las riquezas que genera la clase trabajadora y guían la producción no en torno a satisfacer necesidades sino a la acumulación de ganancias. El mito capitalista, profundamente liberal (y falso), al que suscriben con sus diferencias desde Cristina hasta Javier Milei, es que la competencia entre los capitalistas en su búsqueda de ganancias personales, expresada en los vaivenes del mercado (la oferta y la demanda), es la mejor forma de ordenar la producción. La diferencia, desde ya no menor entre el pensamiento económico de ambos estará en que para Cristina la intervención del Estado es necesaria para garantizar que mejor pueda desarrollarse el capitalismo, y hacer una distribución apropiada de la riqueza y que Milei, en cambio, dirá -a los gritos y con sus métodos neo fascistas- que el Estado solo entorpece a la “mano invisible” del mercado, y que por lo tanto debe impedirse para que los empresarios hagan libremente sus negocios.
Llevamos poco más de un par de cientos de años de despliegue del capitalismo desde Europa a todo el planeta, y por lo tanto sería imposible enumerar el conjunto de los desastres que ha generado en su camino. Pero sí, podemos partir de la realidad del presente. En los últimos dos años, según Oxfam, el 1% más rico de la población mundial acapara dos tercios de la riqueza generada, unos 42 billones dólares, es decir el doble que el 99% restante de la humanidad. El patrimonio de los megamillonarios que poseen más de mil millones de dólares aumentó al ritmo de 2.700 millones de dólares al día, mientras que casi dos mil millones de trabajadores viven en países donde la inflación supera mensualmente los salarios. En 2022 mientras en el mundo se hablaba de crisis energética y se implementaron tarifazos brutales con las que en muchos países se planteó la dicotomía entre comer y pagar la luz, y en un año en el que se registró que al menos 800 millones de personas padecieron hambre estructural, las empresas de energía y alimentos duplicaron sus beneficios, distribuyendo 257.000 millones de dólares a sus accionistas. Pensar en los últimos años, además, es pensar en la pandemia del Covid-19 y cómo dejó en claro el cálculo que hicieron los gobiernos capitalistas que desestimaron las políticas para evitar el contagio masivo en pos en sostener las ganancias empresariales, y sin tocar la propiedad privada de las patentes de las vacunas que de haber sido producida de forma libre y masiva hubieran salvado miles y miles de vidas. Pero incluso en los años previos a la pandemia, ya contábamos con que veinticinco mil personas al día, nueve millones al año, morían de hambre y desnutrición. En perspectiva, las propias Naciones Unidas proyectan dos mil millones de personas sin alimentos suficientes para 2050.
Todo esto es resultado de políticas llevadas adelante por los gobiernos capitalistas, que sostienen por ejemplo, una estructura tributaria en la que por cada dólar que se recauda a nivel mundial, sólo cuatro centavos proceden de gravar las grandes fortunas, el resto se sostiene por impuestos como el IVA que pagamos en nuestro país por igual los megaricos al comprar un yate que los pobres al comprar un sachet de leche. Además, y por sobre todo, en nombre de sostener la rentabilidad del capitalismo llevamos décadas de una política de contrarrevolución económica permanente en la que país por país intentan ser removidos los derechos sociales y laborales conquistados por los sectores populares (educación y salud pública, jubilaciones, precarización laboral, etcétera) como estamos viendo hoy en día con la rebelión obrera en Francia contra el ajuste en las jubilaciones de Macron, y también con las demandas del Fondo Monetario Internacional a la Argentina. Cada una de esas políticas es en sí misma una transferencia de riquezas de los sectores empobrecidos a las multinacionales y grandes capitalistas.
La vanguardia de esa política reaccionaria son, justamente, los organismos de crédito como el Fondo Monetario Internacional, que buscan imponer estas reformas en cada país endeudado. Y que de fondo, precisamente, expresan la realidad de que lejos de aquel mundo profundamente ideológico de un mundo de “libre competencia” entre iguales, el capitalismo es un sistema explotador e imperialista en el que un puñado de multinacionales, y un puñado de países ricos imponen sus “condiciones” al resto. Por eso es que vemos una decena de empresas de alimentos (como Nestlé, Pepsico, Coca Cola, Unilever, Mondelez, Danone) y semillas (Bayer-Monsanto, Syngenta) dominan lo que comen miles de millones a escala global; como grupos financieros (Blackrock, Templeton, JP Morgan) están ligados a conglomerados de producción armamentística haciendo regir sus intereses aquí y allá; poco más de una decena de empresas energéticas (como Exxon Móbil, Chevron, Shell, BP, Saudí Aramco, Gazprom, Petrochina, Total, Equinor) definen el costo de la energía global; y más acá en el tiempo, mega firmas digitales (Facebook, Apple, Amazon, Google) y empresarios delirantes como Elon Musk (Tesla-Twitter) congregan una industria del conocimiento con datos íntimos de casi todos los seres humanos con los que hacen negocios de todo tipo.
Por si todos estos “hitos” del capitalismo no fueran suficientes, tenemos que sumarle que su relación con la naturaleza es profundamente violenta, al punto de que ha desestabilizado ciclos que llevaban decenas y cientos de miles de años relativamente “tranquilos”, y por la vía de la emisión de los gases de efecto invernadero de su industria, ha generado un proceso de calentamiento global que amenaza la propia existencia de la humanidad. Para colmo, sus propias lógicas regidas por la obtención de ganancias personales hacen inviable dar una respuesta coherente a la problemática. Pensemos, por ejemplo, en que invertir en energías no contaminantes no es tan rentable como seguir quemando petróleo y carbón; producir electrodomésticos o dispositivos electrónicos en general que no caduquen a los dos años no es tan rentable como estar vendiendo un nuevo modelo a cada rato; producir alimentos en base a un aprovechamiento racional del suelo es incompatible con los niveles de concentración de tierras que existen; planificar la economía a escala mundial para producir de acuerdo a las necesidades y posibilidades de cada región, en definitiva, es incompatible con la “asignación de recursos eficaz” que glorifica la vicepresidenta.
Entonces, tenemos que concluir, en particular ante les compañeres que puedan aún confiar en las afirmaciones de Cristina, que el capitalismo no es un sistema que ordene eficazmente la producción de bienes y servicios, sino un sistema que profundiza la desigualdad, genera miseria creciente, y amenaza con generar cataclismos climáticos y ambientales que hagan peligrar la subsistencia de la civilización humana tal como la conocemos.
¿Acaso no es eso lo que corroboramos justamente en nuestro país en estos cuarenta años de “democracia” formal gobernada por el peronismo, el radicalismo y el macrismo? ¿No pasamos de tener en 1974 niveles de pobreza en torno al cuatro o cinco por ciento, y hoy esos números orillan incluir casi a la mitad de la población? Tras los años de ajuste macrista, el gobierno peronista del Frente de Todos profundizó la miseria al punto de que incluso el 40% de los trabajadores están hoy con su salario en mano por debajo del índice de pobreza. Se trata de la demostración total de que hay que terminar cuanto antes con el capitalismo, como sistema de ordenamiento de la economía y la política, si queremos tener algún futuro.
¿Cuál debería ser la superación? Para nosotres claramente, un gobierno de la clase trabajadora y la izquierda que avance hacia el socialismo. Pero eso lo explicaremos en una próxima nota.