Por Mercedes Petit
La fundación de Israel no nos remite al surgimiento de un nuevo país o nación. Culminaba en esa fecha la invasión de Palestina por parte del movimiento sionista, apoyada por los distintos imperialismos. Desde entonces, el pueblo palestino resiste la ocupación de su territorio y reclama su devolución.
A fines del siglo XIX surgió en Europa un movimiento, el sionismo, impulsado por la burguesía imperialista y destacados multimillonarios judíos, como Rothschild. En aquel entonces, los judíos pobres eran víctimas de ataques (pogroms) en los imperios austro-húngaro y zarista, como parte de la represión contra los trabajadores, campesinos y distintas minorías oprimidas. El sionismo se propuso impulsar la formación de un “estado” teocrático, basado en la religión, apartando así a las masas judías -mayoritariamente pobres campesinos, artesanos, pequeños comerciantes y trabajadores-, de la lucha de clases de sus respectivos países, y en particular, de la influencia de los partidos marxistas revolucionarios que se nutrían de muchísimos luchadores judíos.
“Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”
En Palestina, durante muchos siglos convivieron pacíficamente una mayoría de población árabe con una pequeña minoría judía. El sionismo hizo trizas esa situación desde que comenzó a poner en práctica su plan de “colonización” y ocupación militar de ese territorio. Con la ayuda directa del imperialismo británico, que era amo y señor de la región, difundió la falsa “historia” de tierras vacías que retornaban a manos de sus legítimos pobladores desde los tiempos bíblicos.
En realidad, allí vivían millones de palestinos junto a la pequeña minoría judía. Palestina había quedado bajo el dominio inglés desde el fin de la primera Guerra Mundial. Se dieron largas luchas de resistencia antiimperialista en todo Medio Oriente. Entre las dos guerras se produjeron numerosas insurrecciones contra los colonialistas británicos y franceses. En Palestina entre 1936 y 1939 se llegó al pico de la resistencia. Inglaterra tuvo que movilizar allí a la mitad de las tropas de su ejército, uno de los más poderosos del mundo.
Por su parte, el sionismo fue organizando su propio ejército local, la siniestra Haganá. A fines de la década del treinta, prácticamente habían logrado ahogar en sangre la resistencia, y siguieron su labor genocida con masacres aldea por aldea.
En 1947, y utilizando los justos sentimientos de solidaridad por la persecución a los judíos por parte del nazismo, lograron “legalizar” en las Naciones Unidas (contando también con la luz verde del propio Stalin) la ocupación de una parte del territorio. Hubo grandes manifestaciones y huelgas de protesta entre los palestinos, masivamente obligados a emigrar a los países árabes vecinos, a través de un genocidio. Recordemos solo un caso, la aldea de Deir Yassin, aniquilada el 9 de abril de 1948. El 14 de mayo proclamaron el “Estado de Israel”. A través de una guerra con los países árabes vecinos ocuparon también lo que la ONU dejaba para los palestinos.
Un enclave racista e invasor
Israel se desarrollo y siguió expandiendo con el apoyo económico y militar directo del imperialismo yanqui, sirviéndole como una especie de “portaaviones” terrestre enclavado en el mundo árabe, un gendarme de la contrarrevolución imperialista en Medio Oriente. A pesar de ello, supo ganar prestigio entre sectores de la izquierda como un proyecto “socialista”, mientras se silenciaba la masacre a los palestinos y se acusaba de terrorismo a su creciente resistencia.
Pero nunca pudieron derrotar a ese heroico pueblo, que fue ganando reconocimiento internacional para su lucha y desenmascarando a los invasores. La crisis de Israel obligó a sus distintos gobiernos a comenzar a devolver partes de las zonas ocupadas. Y los palestinos fueron recuperando tierra palmo a palmo.
La conciliación con el imperialismo y el sionismo por parte de la dirección palestina (Al Fatah) fue dando lugar al tema de los “dos estados”. Ya hace más de 20 años que suben y caen distintos proyectos políticos en ese sentido, que pretender legitimar al enclave. Pero sus sucesivos fracasos provienen de las raíces irreconciliables del conflicto. Hay un pueblo, el palestino, invadido, expulsado y empobrecido, pero que no deja de luchar y fortalecerse, y existe un “estado” artificial, Israel, asentado en el genocidio, la ocupación racista y militar de un territorio ajeno. En la década de los sesenta, se fundó la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Y creció impulsando una consigna que sigue indicando el camino para la lucha en la región: por una Palestina laica, democrática y no racista. Con su heroísmo, el pueblo palestino irá avanzando sin descanso hasta lograrlo.