Por José Castillo, dirigente de Izquierda Socialista/FIT Unidad
9//8/24. Las primeras señales se conocieron el pasado viernes 2 de agosto, aunque el estallido sucedió el lunes 5. Se produjo una fuerte y feroz caída (un “crack”) de las bolsas de valores mundiales. Acciones, bonos de los estados, criptomonedas, precios de las denominadas commodities (como la soja) cotizaron a la baja. Varios interrogantes se abrieron: ¿por qué sucedió? ¿Estamos en la puerta de una nueva crisis aguda global, como la de 2008? Y, por sobre todo, ¿qué consecuencias tienen estas crisis para los pueblos trabajadores del mundo y para nuestro país en particular.
El lunes 5 de agosto se produjo un desplome histórico de la Bolsa de Tokio (el índice Nikkei), que cayó un 12,4%, el peor descenso desde 1987. Esto rápidamente rebotó hacia todas las bolsas del mundo: se hundió Wall Street, las europeas y también las latinoamericanas. En pocas horas, las cotizaciones en picada hicieron que se evaporaran dos billones de dólares de valores de capitalización bursátil. Que hasta ese momento figuraban en el capital de las grandes empresas o en los patrimonios de los multimillonarios del planeta. Surge un interrogante: ¿Existían previamente en realidad o era una pura sobrevaluación especulativa?
Es que el capitalismo imperialista mundial hace más de medio siglo que no funciona bien, ni siquiera en su propia lógica. Estamos inmersos en una crisis crónica, ya que el capital productivo genera menores ganancias que el especulativo (sea financiero, bursátil, etcétera). Por eso constantemente se generan burbujas especulativas, negocios parasitarios para unos pocos pulpos especuladores, que, más temprano que tarde, terminan explotando, dejando un tendal de perdedores. Claro que también sucede que estos “perdedores”, si son bancos o grandes empresas transnacionales terminan siendo rescatados (por la Reserva Federal en el caso yanqui o por los bancos centrales de Europa o Japón). A quien se quiere hacer pagar los platos rotos, siempre, es al pueblo trabajador por medio de feroces planes de ajuste.
El detonante japonés
El Banco de Japón el 31 de julio pasado subió la tasa de interés del 0% al 0,25% anual. La decisión de aumentar las tasas de interés fue consecuencia del aumento de la inflación, que pasó de ser negativa (-1%) en 2020 a superar el 4% anual. Parece un número menor, pero no lo es si observamos que hacía años que dicha tasa estaba congelada. La suba de la tasa de interés, liquidó un negocio especulativo que venían realizando los grandes capitalistas japoneses: endeudarse (recordemos que a tasa cero), para con ese dinero comprar en la bolsa yanqui acciones o bonos y embolsarse las ganancias de las altas cotizaciones norteamericanas. Ahora, con créditos más caros, ya no convenía seguir con esa bicicleta y los especuladores japoneses salieron rápidamente a desprenderse de esas acciones y bonos, provocando una caída en las cotizaciones. Claro que esas inversiones especulativas no estaban sólo en Wall Street, sino diseminadas por todas las bolsas del mundo, que así se hundieron el día lunes, incluyendo el índice Nikkei de la Bolsa de Tokio.
“La tormenta perfecta”: la coincidencia con las dudas sobre la economía yanqui
El capítulo “japonés” de esta historia coincidió con otro que estaba sucediendo al interior de los propios Estados Unidos. Se trata de una historia que viene desde 2008, ya que la recuperación de la economía yanqui fue lenta a posteriori de esa crisis. Millones que habían perdido sus empleos, cuando lograron reincorporarse al mundo del trabajo lo hicieron en puestos de peor calidad, más precarios, de medio tiempo (obligando a tener uno, dos y hasta tres trabajos) y con menores salarios. Eso generó en su momento el voto castigo a Obama en la elección de fines de 2016.
Durante los primeros años de Trump, la economía siguió igual. Luego llegó la pandemia y generó una recesión record. Si bien hubo una recuperación en 2021, decenas de miles que habían perdido sus empleos nuevamente solo consiguieron reinsertarse en peores condiciones y con salarios más bajos.
A ello se agregó la aparición de una inflación inédita desde la década del ´70, que pegó fuertemente sobre los salarios, deprimiéndolos más aún. Una parte importante de la derrota de Trump en las elecciones de fines de 2021, se explica por el repudio a esta situación económica y social.
El gobierno yanqui buscó bajar la inflación subiendo la tasa de interés de la Reserva Federal hasta 5,25%, y de esa manera, encareciendo el crédito. Esta política comenzó en los últimos años de Trump y se mantuvo durante todo el gobierno de Biden. Pegó sobre millones de familias trabajadoras, endeudadas de por vida pagando hipotecas u otros créditos, destinando a ello más de un tercio de sus salarios. Para peor, la inflación no descendió lo esperado, y continuó achicando los ingresos.
Mientras sucedía todo esto, se vivía una realidad totalmente distinta en los mercados bursátiles, financieros y especulativos yanquis, ya que subían las acciones y los bonos y el establishment financiero amasa fortunas. ¿Cuál era la realidad, la de los salarios deprimidos y las familias endeudadas o la de los millones amasados en Wall Street?
Una mirada más fina, nos permitía ver que lo del incremento de las cotizaciones bursátiles era un espejismo. En realidad lo único que crecía eran las cotizaciones de las llamadas “siete magníficas”: Nvidia, Tesla, Meta (Facebook), Alphabet (Google), Amazon, Microsoft y Apple, grandes corporaciones de las nuevas tecnologías. En el resto, las tasas de ganancia no se recuperaban y hay miles de empresas llamadas “zombies” (superendeudadas y que sólo sobreviven porque siguen obteniendo nuevos créditos).
Pero la realidad es que aún las propias “siete magníficas” también están sobrevaluadas, con cotizaciones muy por encima de los resultados de sus balances. Las señales marcaban serias posibilidades de que se estuviera incubando una nueva burbuja especulativa que, como las anteriores, terminara estallando.
La suma de las noticias de la suba de tasas en Japón coincidió la semana pasada con la publicación de nuevos datos de empleo en los Estados Unidos (aumentó del desempleo de dos décimas, situándose en el 4,3%) y ambas cosas unidas a que se conocieron algunos balances de las “siete magníficas” con resultados peores a los esperados, provocó la caída de la Bolsa. En los días siguientes, hasta ahora, las acciones, bonos e índices, sin seguir en un desplome tan fuerte, no se han recuperado.
La inteligencia artificial: ¿una nueva burbuja?
Veremos en las próximas semanas si estamos a las puertas de una nueva crisis aguda como la de 2008 (que terminó provocando quiebras en masas y una depresión planetaria generalizada) o esto es sólo un aviso. Pero la realidad es que cada vez se hace más claro que la economía yanqui no se ha recuperado nunca plenamente desde aquella crisis, y viene sobreviviendo por medio de la generación de burbujas especulativas.
Lo que ahora aparece es que todo el nuevo sector de la Inteligencia Artificial, que se lo vende como el eje de la nueva y mayor productividad del capitalismo del futuro, en la realidad del capitalismo imperialista de hoy lo que está haciendo es generar e inflar esta nueva burbuja que amenaza con estallar y provocar una crisis de proporciones.
Recordemos que las siete magníficas son la mayor expresión de lo que se conoce como “la economía del Silicon Valley”, que creció en las últimas décadas Pero ese sector supuestamente pujante de la economía yanqui no está exento de problemas. Sus cotizaciones registraron un descenso de 15% en estos días.
Varios factores intervienen en este colapso. Cada vez se sospecha más que la Inteligencia Artificial, y complementariamente la industria de fabricación de chips, han generado expectativas exageradas sobre sus futuras ganancias. En el último mes, Amazon, Apple, Meta y Nvidia publicaron resultados en sus balances que decepcionaron a los especuladores con esas acciones. Se empezó a desarmar la euforia de los inversores por los negocios en torno a la Inteligencia Artificial. Esto tiene un efecto inmediato en cadena para los fabricantes de microchips.
En síntesis, se desnuda la burbuja especulativa: las esperanzas puestas en la inteligencia artificial no se compadecen con la realidad. Las grandes tecnológicas no logran convencer a los especuladores de Wall Street de que la Inteligencia Artificial es el nuevo motor productivo de la economía global: “Las promesas de avances significativos en inteligencia artificial por parte de Amazon, Microsoft y Alphabet no han satisfecho a los inversores, que expresan su decepción con caídas en las acciones de estas empresas tecnológicas” (Washington Post, 3/8).
La conclusión es que, tal como viene sucediendo desde hace medio siglo, seguimos en medio de una crisis crónica de la economía imperialista. Las tasas de ganancia no se recuperan en los sectores productivos y las superganancias provienen centralmente de la especulación. En otras palabras, la inteligencia artificial está lejos de ser el pasaporte a una etapa de crecimiento del capitalismo.
Por eso lo que seguiremos viendo serán nuevos episodios de crisis como la que se abrieron esta semana. Lo que sigue, antes los billones de dólares perdidos, es que se tratará una vez más que sean los pueblos del mundo quienes lo paguen, por nuevos y más duros planes de ajuste. El camino, como siempre, será enfrentarlos con la lucha obrera y popular. Una vez más, el capitalismo demuestra que no ofrece ninguna salida, lo que nos obliga a luchar por gobiernos de las y los trabajadores y la izquierda, abriendo el camino hacia un mundo socialista.