Por: Görkem Duru
1 de junio de 2017. En octubre pasado, en la ciudad de Al Hoceima al norte de Marruecos, un joven vendedor, Mouhcine Fikri, fue aplastado y muerto por un camión de basura, al tratar de recuperar su pescado, confiscado y arrojado a la basura por la policía. Las protestas antigubernamentales que comenzaron enseguida después del incidente, continúan. En la última semana, las concentraciones fueron haciéndose más violentas y expandiéndose a través del país. Con altibajos, ya llevan siete meses. No sorprende que las revueltas contra el gobierno estén a la orden del día, especialmente en la región del Rif. La región, donde vive la mayoria Amazigh (bereberes), tiene una larga historia de tiranía, violencia y discriminación política y cultural por parte del régimen despótico marroquí.
Lo que es peor, el Estado escasamente invierte en la región del Rif si lo comparamos con lo que invierte en el resto del país. En lo que más invierte es en represión.
Rastros de 2011
Aún cuando las protestas comenzaron con el asesinato de Mouhcine Fikri, lo que en realidad subyace es la bronca acumulada del pueblo hacia el régimen represivo, por las políticas antidemocráticas que hace años se aplican y que llevaron al país a someterse al saqueo del capital extranjero. En 2011, cuando las masas de Túnez, Egipto y Siria se movilizaron contra las dictaduras, en demanda de vida digna, trabajo, justicia social y libertad, el movimiento 20 de Febrero en Marruecos llenaba las calles con las mismas demandas. Sin embargo, temiendo que las protestas pudieran alcanzar los niveles de Túnez o Egipto, el Rey «hizo concesiones a las demandas de las masas, en lo legal y hasta cierto punto»; dividió a las masas y así pudo frenar las protestas. Las leyes del Rey fueron una puesta en escena y es por eso que las masas salen nuevamente a la calle. De hecho, la experiencia de 2011 todavía está fresca en la memoria de la gente hoy, a pesar de los esfuerzos de los países de la región y del imperialismo para desviar el proceso, controlarlo y mitigarlo. Más importante aún, las condiciones que iniciaron el proceso revolucionario se han intensificado y todavía subsisten en muchos países.
Los sonidos del Rif
Las demandas de las masas que tomaron las calles de la región del Rif -el centro de las movilizaciones- bajo los slogans «gobierno corrupto» y «vida con dignidad», hacen un combo donde los aspectos democráticos, sociales, económicos y culturales coinciden: juicio a los asesinos de Mouhcine Fikri y de las cinco personas asesinadas durante las manifestaciones de 2011; liberación de todos los presos políticos de la región del Rif; levantamiento de la ley de 1958 que ha transformado Al Hoceima en un área militarizada; levantamiento del bloqueo económico a la región y aumento de la inversión en educación y salud; terminar con la corrupción; encontrar solución al desempleo juvenil, y construir centros culturales, bibliotecas y teatros en la región.
A este levantamiento, consecuencia de las políticas neoliberales y represivas del régimen despótico marroquí como instrumento del imperialismo y el gran capital, el régimen trató de aislarlo. A pesar de que el estado marroquí usó todos los recursos posibles para evitar estas manifestaciones y lograr un impacto mediático en otras partes del país y en el extranjero, no lo logró. Es necesario resaltar que los comités locales, formados por la gente del Rif a través de las movilizaciones, visibilizaron el proceso.
El régimen, ansioso ante la posibilidad de que las protestas se extiendan al hacerse visibles, arrestó a Nazer Zafzani, líder del Movimiento Hirak, en un intento de suprimir las movilizaciones. Este movimiento lidera la pelea en Rif y Al Hoceima, con casi veinte militantes. Sin embargo, esta acción del gobierno fue contraproducente y provocó que la gente en muchas ciudades del país tomara las calles con las mismas demandas: Fez, Marrakesh, Casablanca, Rabat, Oujda, Nador y otras.
De hecho, la ruina democrática y económica creada por el régimen es evidente, no solo en la zona del Rif sino también a lo largo y ancho del país, se evidencia en la pobreza y la represión. Esto permite a la gente de Amazigh y de Marruecos unificar su lucha contra el régimen despótico y las políticas neoliberales. Un rumbo unido vía las necesidades democráticas y económicas urgentes del país, incluyendo el derecho a la autodeterminación de la gente de Amazigh, dará una oportunidad a los trabajadores, los jóvenes y las mujeres, de avanzar en su resistencia y transformar la pesadilla del Rey en algo mucho más terrorífico.