Por Militantes de la UIT-CI en Alemania
Las elecciones generales pasadas en Alemania dejaron como uno de los principales elementos de balance el crecimiento de los neonazis de la Alternativa para Alemania (AFD), que llegó a ser la segunda fuerza más votada. El debate sobre el motivo de este crecimiento y cómo combatirlo, que ya era previo a las elecciones, continúa tanto en los partidos parlamentarios, como en los sindicatos, organizaciones populares y partidos de izquierda. Sin duda, un tema de primera magnitud que debemos abordar. En este artículo intentaremos dar algunos argumentos y propuestas que puedan ayudar a este debate. Para esto, empezaremos viendo brevemente la evolución histórica en el país, para ver dónde hunde sus raíces este “nuevo” fenómeno de AFD.
En mayo pasado se cumplieron 80 años de la derrota nazi. Se han publicado una gran cantidad de artículos y notas sobre el tema, tanto en la prensa, como en televisión o internet. También se han realizado muchos actos “oficiales” en los que los dirigentes políticos de varios países (Francia, Reino Unido, EE,UU, los ex aliados de la segunda Guerra Mundial) recordaron el evento con lágrimas de cocodrilo, mostrando una vez más la hipocresía de esta gente que nos gobierna. De lo que se encargaron los Macron, Scholz, y los medios de comunicación, fue de no contar la verdadera historia. En sus discursos hablaban del rol histórico de sus dirigentes y ejércitos, que en verdad fueron unos verdaderos colaboradores del fascismo y no dedicaron ni un sólo párrafo a los millones de trabajadores/as que dieron la vida en los frentes, campos de concentración o militando para parar la guerra. Ni una sola palabra o destaque a la heroica resistencia civil y popular.
Según ellos fueron los “demócratas”, como ellos mismos se hacen llamar, los que han combatido al nazismo. Pero la historia lo que muestra es que el principal responsable de la derrota del nazismo fue el Ejército Rojo que tomó Berlín a partir del triunfo de Stalingrado de 1943 y la resistencia obrera y popular en cada país donde tropas nazis se instalaron. Fueron los/as obreros/as griegos, franceses, italianos, los españoles escapados de la guerra civil repartidos por toda Europa y los mismos deportados en los campos de concentración con sus boicots, quienes, junto al Ejército Rojo, reventaron al nazi-fascismo. No dicen nada de la lucha partisana en Italia, que hizo justicia con sus propias manos y fusiló a Mussolini y lo colgó cabeza abajo.
Por el contrario, estos “demócratas” (la social democracia europea, los partidos liberales y de derecha como la CDU, etc.) fueron cómplices. Primero dejando que el nazi-fascismo creciera, y luego colaborando con la ocupación nazi, como hicieron los gobiernos de Francia (del mariscal Petain) o Bélgica, solo por dar algunos ejemplos.
Una mención aparte merece el sionismo, que colaboró con el nazismo, haciendo negocios con ellos a la vez que hacían oídos sordos a los judíos que reclamaban desde la resistencia, los campos de concentración y en los propios congresos sionistas que se realizaban en esos años, que intervinieran para parar el genocidio.
Hay que decir también que esta pelea no fue sólo en Europa; en Asia, África y América también hubo resistencia al ascenso del fascismo.
En definitiva, lo que nos han presentado en esos actos y a través de los medios de comunicación, ha sido una versión burguesa de lo acontecido, ocupándose muy bien de omitir o edulcorar cualquier rasgo de lucha de clases y de protagonismo de la clase obrera. Se ha omitido el carácter de guerra civil y por la toma del poder, que en varios casos se entremezcló con la lucha contra la ocupación. Se ha presentado también la contienda como una lucha entre el totalitarismo y la democracia, cuando lo que había de fondo era la lucha entre la revolución obrera socialista y la contrarrevolución burguesa capitalista.
Un aparato que quedó prácticamente intacto
Estos “demócratas”, no conformes con la colaboración durante el auge del fascismo del siglo pasado, se encargaron de que, tras su caída, quedara todo “atado y bien atado”, como decía el franquismo en España durante la “transición”. El imperialismo norteamericano entró en la guerra cuando la contienda ya había inclinado la balanza a favor de los aliados y se limitó a bombardear en función de sus intereses políticos y económicos. Fundamentalmente matando a civiles inocentes y destruyendo a la industria que le podía hacer competencia o no le interesaba preservar.
Tras los acuerdos de Yalta y Potsdam, en los que se repartieron el mundo entre las potencias vencedoras, siguieron con la misma política. Aniquilaron a cualquier foco de resistencia o de guerra de liberación. Los juicios de Nuremberg fueron una farsa para mostrarle al mundo que se hacía justicia. Un puñado de jerarcas nazis fueron condenados, a la vez que se dejaba intacto al aparato nazi sin investigar sus crímenes, sus relaciones con el Estado, con la Justicia y, sobre todo, su relación directa con los grandes monopolios, como Siemens, Mercedes Benz, Krupp, Bayer, Henkel y un larguísimo etc. Todas estas empresas apoyaron al nazismo y se beneficiaron haciendo una gran acumulación de capital, gracias a la explotación de los trabajadores bajo el régimen nazi, y gracias a los contratos con el Estado para hacer armas, ropa y equipamiento, gas para las cámaras, etc. Ninguno de estos siniestros responsables fue juzgado. Por el contrario, se les facilitó la salida del país para que se refugiaran en el extranjero, o se los reubicó dentro del aparato estatal y privado del país, ocupando cargos en las juntas de administración de empresas, en el aparato judicial y administrativo. Por eso hoy no nos puede llamar la atención que hayan elegido a un Papa con pasado nazi como Ratzinger o que hoy gobierne Merz, cuyo padre Joachim, perteneció a la Wehrmacht y luchó contra el Ejército Rojo.
En cuanto a los colaboracionistas en los otros países europeos, pasó lo mismo, todos se reubicaron en los nuevos regímenes de posguerra.
¿Es lo mismo derecha que fascismo? ¿A que nos referimos cuando hablamos de fascismo?
Hoy tenemos varios gobiernos de derecha o ultra derecha como Trump, Milei, Orban, Meloni o partidos como AFD, Vox o el Frente Nacional, que se postulan para gobernar. La mayoría de las veces se los ha metido a todos en la misma bolsa y se los encasilla bajo la definición de fascistas. Para poder tener una política correcta contra el crecimiento de la ultraderecha, es necesario primero definir bien qué es y qué objetivos persigue cada uno. No es lo mismo un gobierno capitalista de derecha liberal o centro derecha, con elementos bonapartistas (autoritario y represivo), que un gobierno o régimen fascista.
En la historia hubo muchas formas de gobierno autoritarias o dictatoriales, pero el fascismo tiene unas características muy concretas. Es un fenómeno que surge en la época de crisis y decadencia imperialista, como fue la Alemania nazi y la Italia de Mussolini. La propia crisis económica del capitalismo es uno de los factores que impulsa tendencias al fascismo. Cuando la crisis se profundiza, la democracia burguesa le sale muy “cara” y se le hace inoperante a la gran burguesía. Para salir de su crisis y volver a tasas de ganancia que lo conformen tienen que aplicar planes muy duros de recortes, aumentar drásticamente las tasas de explotación y lo más rápido posible. Esos planes no pueden ser puestos a debate y votación. Necesitan aplicarlos a rajatabla, y para eso se necesita represión y autoritarismo. Tampoco pueden tolerar cualquier respuesta social u organización que cuestione sus planes.
El fascismo además tiene la característica de representar principalmente a los sectores de la industria pesada. Por eso, en Alemania, la familia Göring y la familia Krupp (representantes de los más ricos de la industria pesada), fueron de los principales impulsores del fascismo.
Dentro de la industria pesada destaca la industria armamentista, y esto tiene una explicación muy concreta. Por un lado, la industria pesada necesita mucha inversión de capital por la que obtiene una cuota relativamente baja de ganancia, lo que provoca que cualquier aumento en los costes, salarios, por ejemplo, le signifiquen una caída importante en sus ganancias. Por el otro lado dado, esta especificidad económica necesita un grado de estabilidad política y social más fuerte. Por eso tiene tendencia al totalitarismo y al fascismo cuando hay convulsiones sociales o inestabilidad económica y política.
Al ser la industria pesada uno de sus principales respaldos, esto provoca también que los gobiernos tiendan a las “aventuras guerreras”, para poder tener relaciones de privilegio en el terreno político y económico, y lógicamente para poder vender sus armas.
Sus otros grandes aliados son los grandes terratenientes, que, ante la crisis, ven peligrar el control sobre sus tierras.
El fascismo, además, al representar a un sector muy minoritario de la sociedad, necesita ganar a la clase media y al lumpen proletariado para llevar adelante su cruzada. Cuando la clase media se halla en crisis, pauperizada y sin perspectiva de solucionar sus problemas a través de variantes o alternativas políticas de izquierda, se dan las condiciones para que gire a la derecha o directamente al fascismo. El fascismo se le presenta como alternativa. Una vez ganada para sus posiciones, el fascismo impulsa a la pequeña burguesía a enfrentarse físicamente contra la clase obrera y la izquierda, y de forma extraparlamentaria.
Debido a que el fascismo es la expresión política de un sector de la gran burguesía, no pueden ganar a estas capas medias para su programa, porque su programa es para el gran capital. Para ganarla para sus intereses, apela a una gran campaña de propaganda, lógicamente subvencionada por los grandes monopolios. Apela al discurso patriótico, a culpabilizar a la oligarquía acusada de “judía” o a culpabilizar a alguna minoría, como los inmigrantes o los homosexuales o los “zurdos”, a los que responsabiliza de todos los males que sufre el pueblo. La desinformación también juega un rol crucial. Necesita de una masa despolitizada, desinformada y desorganizada, por eso ataca a todo lo que vaya en contra de eso. Apela también a una mistificación de sus dirigentes. La devoción a un “Führer” en Alemania, el “Duche” en Italia o Franco en España, por ejemplo.
Una vez que el fascismo se instala en el poder, se desprende de esa clase media dentro del partido porque ya no la necesita y no los representa. Esto ocurrió tanto en la Italia de Mussolini, como en la España de Franco o en la Alemania de Hitler, con las purgas dentro del partido nazi que se dieron en el año 34, y en el 38 con el atentado con bomba en la cervecería de Múnich. Estas purgas internas también las realiza con métodos de guerra civil, a la vez que comienza a aplicar un sistema de explotación extrema, campos de concentración, trabajos forzados, etc. al resto de la sociedad.
Si lo definiéramos de manera muy sintética, el fascismo es el combate a la clase obrera, a sus organizaciones y a la izquierda, con métodos de guerra civil y por fuera del parlamento y es también una de las últimas alternativas de la burguesía ante el peligro de la revolución obrera. Es un régimen dictatorial pleno.
La ultra derecha y el peligro fascista en la actualidad
Así llegamos hasta nuestros días, donde la gran crisis económica mundial, probablemente la más profunda y duradera en la historia del capitalismo, la dura pelea inter imperialista y sus consecuencias devastadoras para las masas, produce una inestabilidad muy parecida a las situaciones de preguerras mundiales. Políticamente esto se refleja en una polarización creciente a nivel mundial, en el aumento de la incertidumbre generalizada en cuanto al futuro, el aumento de las luchas y su radicalidad, así como también el crecimiento de la ultra derecha. Son todas expresiones de un mismo fenómeno. En función de cómo se desarrollen y cuáles sean las tendencias que prevalezcan, veremos la evolución y el desenlace de esta crisis. Los revolucionarios debemos actuar sobre esta realidad con sus contradicciones y complejidades para hacer que se resuelvan en el sentido de la revolución socialista mundial.
Por eso hemos analizado los principales elementos que caracterizan a estas situaciones, y en particular al fascismo, para poder extraer sus enseñanzas y poder prepararnos para lo que viene.
Esto que escribimos sobre el fascismo son algunos elementos que hacen a su esencia, evidentemente, en cada país y en cada situación concreta tendrá sus elementos particulares. Debemos tener en cuenta estos elementos, no de forma esquemática, sino como herramientas para poder definir y actuar lo más precisamente posible ante estos fenómenos.
Golpear juntos, marchar separados:
Para enfrentar a la derecha, ultra derecha o al fascismo mismo, debemos partir de la máxima unidad de acción con todos aquellos que quieran, por el motivo que sea, movilizarse contra la derecha y sus partidos. Pero impulsar la máxima unidad de acción, incluso con partidos como SPD (la socialdemocracia) o CDU (la democracia cristiana), llegado el caso, no significa para nada que dejemos en manos de estas organizaciones esta lucha. Estos partidos pueden tener en determinados momentos diferencias en cómo actuar, pueden tener intereses económicos distintos, etc. Pero ante la disyuntiva de fascismo o socialismo, no van a dudar en volcarse al fascismo como lo ha demostrado la historia. Le abrirán las puertas al fascismo para que asuma el poder y luego serán los que lo indulten cuando el fascismo esté derrotado. Nosotros, muy por el contrario, sin ninguna confianza y sin generar ningún tipo de expectativas en ellos, debemos participar con nuestra organización y nuestro programa. Debemos hacer una llamada a la máxima unidad de acción a todas las organizaciones políticas, sociales, juveniles, etc. a movilizar, para impedir que se implementen sus medidas. Hay que levantar un programa alternativo para poder responder a las necesidades económicas y sociales frente a las “motosierras” de la ultra derecha. Una clara política en defensa de los inmigrantes, las mujeres y diversidades, contra el genocidio en Palestina, etc. Hay que exigirles a los sindicatos que dejen de apoyar a los gobiernos capitalistas de turno con sus políticas de recortes y se unan a la movilización.
Sin una política alternativa, clara y de clase, quedaremos como meros espectadores y, queramos o no, terminaremos siendo furgón de cola de los intereses de los partidos patronales.
¿Ilegalizar o no a AFD?
Hay otra discusión importante en torno a este tema que es la cuestión de ilegalizar o no a AFD. ¿Debemos apoyar la ilegalidad de AFD, cuando sabemos que la ultraderecha y el fascismo es una estructura que nunca se quiso desmantelar desde el propio Estado? Para nosotros, pedir la ilegalización de AFD y dejar en manos del Estado burgués alemán y sus gobiernos el combate a la derecha, es pedirle al lobo que cuide a las ovejas. Esos gobiernos con sus políticas anti obreras y antipopulares y a favor de las multinacionales, han creado las condiciones para el equivocado voto de millones por la AFD. Debemos tener en cuenta también que, así como hoy clasifican a AFD de “organización terrorista”, mañana lo harán con cualquier organización de izquierda, con la diferencia de que a AFD y a la derecha nunca les terminará pasando nada, y los que sentiremos todo el rigor de la represión institucional y policial seremos los partidos y organizaciones de izquierda que cuestionen al sistema.
Por último, aunque lo ilegalicen, cuestión muy poco probable como lo estamos viendo hasta ahora, el fascismo, como vimos, es un tipo de organización extraparlamentaria y con métodos de guerra civil, por eso su combate tiene que ser en las calles, en la movilización obrera, juvenil y popular.
Die Linke y las organizaciones de izquierda
Los que nos reclamamos de la izquierda revolucionaria, tenemos la obligación de intervenir en este proceso para evitar que la ultraderecha siga creciendo. Para eso, es fundamental dar respuesta a los problemas más acuciantes de los trabajadores/as y el pueblo, como son la sanidad, la educación, denunciar la carrera armamentista a la que nos están llevando los gobiernos de turno, proponer medidas alternativas para la juventud, los inmigrantes, etc. Tenemos que postularnos para poder aparecer como alternativa de gobierno ante el movimiento de masas. Die Linke puede y tiene que jugar un rol central en esta tarea siendo motor de esta unidad que necesitamos para poder derrotar a al gobierno actual con sus planes de guerra y recortes. Tiene que movilizar a sus más de 4 millones de votantes y poner a disposición sus 64 parlamentarios para esta tarea. Es en la calle, con manifestaciones y huelgas, donde se debe enfrentar también a la ultraderecha, con la clase obrera y la juventud a la cabeza, en la perspectiva de abrir el camino para lograr un gobierno de las y los trabajadores.
¡Contra la ultraderecha, organización y lucha!
¡Plenos derechos de asilo y para los/as inmigrantes!
¡No a los decretos de la UE y del Gobierno contra la inmigración y los asilados!
¡Basta de recortes sociales!
¡No a los presupuestos de guerra! ¡Fuera Alemania de la OTAN!