Por Miguel Sorans de Izquierda Socialista (UIT-CI), de Argentina
La muerte de Kadafi ratifica el fin de la dictadura que, en realidad, se había producido en agosto cuando los milicianos del pueblo rebelde tomaron Trípoli. Fue solo el último capítulo de su caída. Por eso terminó
refugiado en una alcantarilla, casi en soledad y solo armado con una pistola de oro.
La imágenes del final del otrora poderoso Kadafi, fruto de un video casero de un combatiente, ratifican también que fue el pueblo rebelde armado y no la OTAN los que terminaron con este déspota. Durante horas las cadenas noticiosas dieron la versión de muerto por un bombardeo de la OTAN. Pero las imágenes lo desmintieron. Fueron los combatientes los que lo capturaron y resolvieron su final. Ni el gobierno libio del CNT ni el imperialismo pudieron dar ninguna orden ni participar de esta resolución. Bastó ver a Hillary Clinton sorprenderse de la noticia, mirando su Blackberry, para confirmarlo.
No es un hecho menor sino la confirmación de que en Libia hubo un triunfo de una revolución democrática, que es parte de la “primavera árabe” que se inició en Túnez y Egipto. Los bombardeos de la OTAN en Libia siempre tuvieron el objetivo de buscar una negociación entre Kadafi y los opositores para evitar que triunfara una nueva revolución árabe, pero esta vez de un pueblo armado. En realidad trataban de salvar a un amigo. Por eso tampoco la OTAN nunca dio armas a los rebeldes que se armaron con lo que encontraban a su paso.
Kadafi era un ex nacionalista burgués (al estilo Nasser, Perón o Chávez hoy) devenido, desde los 90, en aliado y agente del imperialismo y las multinacionales del petróleo. Es lamentable que aún existan dirigentes políticos, como el presidente Hugo Chávez, que definan al dictador y asesino de Kadafi como un ”mártir” de la revolución y del antiimperialismo. Hasta los documentos encontrados en su ex bunker, demostraron que fue agente de la CIA y que, durante la guerra civil, lo asesoraban ex funcionarios de Bush.
La muerte de Kadafi no da por terminada la revolución en Libia ni en los demás países árabes. Eso es lo que pretenden el imperialismo y los nuevos gobiernos capitalistas que se hicieron del poder en Egipto, Túnez y Libia. Los Obama, Sarkozy o Berlusconi, que antes apoyaban a los dictadores árabes ahora proclaman que ya “triunfó la democracia” para pasar a sostener a los nuevos gobiernos y pactar con ellos la continuidad de las multinacionales y los planes de ajuste a los pueblos.
En realidad el proceso revolucionario árabe continua y en él se combinan distintas tareas. En Siria, Yemen, Bahrein, Argelia, Marruecos y otros países, sigue la lucha por terminar con sus dictaduras. En especial, la tarea de apoyar durante la guerra civil la lucha de los pueblos por derribar al carnicero sirio de Bashar Al Assad y al régimen dictatorial de Saleh de Yemen. En Túnez, Egipto y Libia la tarea de los pueblos pasa por enfrentar a los nuevos gobiernos que quieren congelar las revoluciones y que no se salga de los marcos del capitalismo. En Libia, el gobierno del Consejo Nacional de Transición (CNT) está integrado por ex ministros de Kadafi y ha pactado con la OTAN y el imperialismo seguir los negocios petroleros. Por eso se inicia un nuevo capítulo de la revolución. El pueblo libio que luchó para tener libertades, control sobre el petróleo y un mejor nivel de vida, va a ver defraudadas sus expectativas y terminará enfrentado al nuevo gobierno. Esto ya empieza a suceder en Túnez y Egipto donde la juventud y los trabajadores no ven cambios sustanciales en su situación social. Ninguna multinacional ha sido expropiada. En Túnez y Egipto se han dado huelgas por reclamos salariales o por trabajo. Solo en Túnez se han registrado más de 1500 conflictos laborales luego de la caída de la dictadura. En el Cairo, los estudiantes salieron a reclamar reformas al sistema educativo. La juventud fue reprimida cuando tomaron la embajada de Israel reclamando una ruptura de relaciones con el sionismo.
Por eso, en Túnez, Egipto y Libia, la tarea de los socialistas revolucionarios es apoyar la movilización de los trabajadores y la juventud por un programa de lucha para lograr salario, trabajo, salud y educación para todos, por la expropiación de las multinacionales y de los bienes de los ex gobernantes, los militares, y sus familias por el juzgamiento y la cárcel a todos los genocidas, en la perspectiva de lograr un nuevo poder de los trabajadores, la juventud y el pueblo.
En ese camino hay que fortalecer y desarrollar todas las formas de autoorganización como los comités revolucionarios y las milicias populares de Libia; las organizaciones juveniles o los nuevos sindicatos independientes como los que han surgido en Túnez y Egipto.