El recurso a la amenaza no funcionó y el pueblo dijo Brexit. Cameron, que hace pocos meses ganaba las elecciones por mayoría absoluta, anuncia su dimisión. El miedo cambió de bando, las bolsas empezaron a caer, la libra y el euro a depreciarse, mientras los bancos centrales ponían medidas preventivas para evitar el desplome. Es una crisis sin precedentes en la Unión Europea, que ve por primera vez como un estado miembro abandona el barco y teme el efecto contagio a otros países. Los viejos problemas nacionales no resueltos en Gran Bretaña como el de Irlanda del Norte o de Escocia vuelven a tomar fuerza. La prensa pro Europea explica el voto como resultado del racismo creciente. Pero la Unión Europea no es garantía de solidaridad con la inmigración ni de respeto de los derechos de los trabajadores, al contrario, es un acuerdo al servicio de las grandes multinacionales y los estados. El no de los británicos profundiza la crisis de la Europa del capital.
La clase obrera y las clases populares han dicho no a quienes les han arruinado la vida: el bloque que formaban Cameron, las grandes empresas y los mercados financieros, los líderes políticos de la UE y Obama. Escribe Owen Jones, ideólogo de izquierdas y partidario de la permanencia de Gran Bretaña en la UE: «Y esto – quizás el acontecimiento más dramático en Gran Bretaña desde la guerra – fue, por encima de todo, una revuelta de la clase obrera. No puede haber sido la revuelta de la clase obrera contra la clase política que muchos de nosotros hubiéramos deseado, pero es innegable que este resultado se forjó con los votos de obreros furiosos y alienados.» Ciertamente, la juventud votó masivamente por continuar en la Unión Europea, pero el voto que consumó el Brexit fue en de sectores tradicionales del laborismo. Si en Londres capital vencía continuar la UE, en las zonas obreras de East Midlands, el Nord-West, el South-West, Yorkshire and Humber, East y en Gales, venció el salir. Lo mismo ocurrió en los alrededores de Manchester.
En la localidad donde más triunfó el Brexit fue West Midlands, zona tradicionalmente laborista, sin apenas incidencia del UKIP y sin una inmigración significativa. Por ello, reducir el voto de esa mayoría obrera y popular a la insolidaridad con la inmigración es cerrar los ojos ante la realidad de deterioro brutal de las condiciones de vida que han supuesto décadas de políticas de austeridad y destrucción de las conquistas obreras. Es desde esa rebeldía contra el establisment que hay que situar también el debate sobre la inmigración. La ruina social de estos años en los barrios populares se va a canalizar en algún sentido. Si no logramos desde la izquierda que se oriente hacia el responsable político del desastre acabará enfrentando a quienes viven en la miseria, por las migajas que caen, y ese es el terreno de la extrema derecha.
Es la política de los gobiernos de la Unión Europea y Gran Bretaña quienes protegen y dan alas a la extrema derecha. El asesinato canalla de la diputada laborista Jo Cox se quizo utilizar en clave emocional para evitar el Brexit, no para denunciar el carácter criminal de la extrema derecha. Cuando un atentado se puede relacionar con islamismo, se trata de terrorismo, cuando es de la extrema derecha –como con Breivick en Noruega- entonces es sólo un perturbado mental. Y ello porque la amenaza jihadista permite imponer un recorte de libertades, como en Francia con el estado de excepción o las prohibiciones de manifestaciones contra la reforma laboral, mientras que la amenaza de la extrema derecha se combate con más libertad y más solidaridad, con la lucha contra el chovinismo gran nacional, y esto no conviene a quienes en Europa están levantando estado cada vez más policiales y van haciendo suyo el discurso de la extrema derecha.
¿Quién sino el Gobierno socialdemócrata austríaco puso alfombra de terciopelo a la extrema derecha del FPÖ –que estuvo a un paso de ganar las presidenciales- cuando levantó todos los fantasmas de los inmigrantes en un país de 8,5 millones de habitantes, cuando cruzaban 90.000 inmigrantes? Si es posible la brutalidad de las cargas policiales macedonias y griegas sobre familias inmigrantes gaseadas en Idomeni, los muertos en el Mediterráneo, los muros y las concertinas, dinero y carta blanca a estados como Turquía o Marruecos… ¿quién se va a escandalizar por las propuestas de la extrema derecha?
La Unión europea se tambalea: miedo al contagio
El equilibrio es tan inestable que el hecho de que una pieza se desencaja y todo el puzle se resquebraja. En Irlanda del Norte y en Escocia el voto viene cruzado por la realidad nacional, y se votó contra el Brexit. El resultado del referéndum reabre una nueva crisis: Escocia plantea un segundo referéndum de independencia. A su vez, el Sinn Fein propone un referéndum para la reunificación de Irlanda con parecidos argumentos. ¿Qué campaña harán esta vez los políticos europeos?
Efectivamente los sectores populares británicos que han impuesto el Brexit han abierto una crisis sin precedentes en la Unión Europea. El miedo al contagio en otros estados de la Unión Europea es evidente, ¿por qué en Grecia, en Francia o en el estado español no se pregunta al pueblo si quieren seguir bajo el dictado de la troika? La crítica que levantan contra Cameron desde las filas conservadoras europeas o socialdemócratas es cómo se le ocurre preguntar al pueblo una cosa tan trascendental. Ya le ocurrió a Alexis Txipras y salió el OXI (No) al memorando. Por ello –dicen- lo mejor es no preguntar, impedir que el pueblo se exprese.
El drama es que la necesidad de romper con la Unión Europea, que refleja el odio legítimo y la desesperación de las clases populares, se deja en manos de la extrema derecha, al servicio de su odio a los inmigrantes, de nacionalismo opresor, de su política antiobrera… La mayoría de la izquierda defiende la Unión Europea y su reforma. Pero no, la Unión Europea es un instrumento al servicio del capital y los estados, un instrumento para imponer un retroceso permanente a las condiciones de trabajo y vida, para ahogar los derechos democráticos y avanzar a estados más fuertes y policiales. No hay reforma posible de la UE. Por ello, desde el internacionalismo y desde la necesaria unidad de los y las trabajadoras y los pueblos, hay que impulsar la movilización permanente por romper con el capitalismo y el instrumento regional para imponer sus planes: la Unión Europea. Nuestra unidad va de la mano de la autodeterminación de los pueblos, no de cadenas e imposiciones. La unidad de los y las trabajadoras no puede ser llevada a cabo más que avanzando hacia un sistema económico basado en las necesidades de la mayoría trabajadora. Por eso frente a la Unión Europea levantamos la defensa de unos Estados Unidos Socialistas de Europa.
Lucha Internacionalista, sección de la UIT-CI, en Estado Español.
26 de junio de 2016