Por Miguel Lamas
El pueblo en la calle “¡Que se vayan todos!”
El primer ministro libanés, Hassan Diab, anunció la renuncia de su gobierno este lunes, seis días después de la explosión que destruyó parte de Beirut, la capital, tras la renuncia de casi todos sus ministros y con centenares de miles de personas en la calle indignados, ocupando edificios públicos, y gritando “revolución” y “que se vayan todos”.
Líbano, pequeño país de 7 millones de habitantes, de mayoría árabe, fraccionado en opciones religiosas cristianas e islámicas chiitas y sunnitas, se encuentra en una profunda crisis económica, social y política. Ocupa económicamente el rol de centro financiero del Medio Oriente árabe, dependiendo principalmente del imperialismo francés. Vecino de Israel, fue invadido reiteradamente por las Fuerzas Armadas israelíes.
En abril se reanudaron las movilizaciones de protesta que se iniciaron en octubre del año pasado y se habían interrumpido por la pandemia. A las consignas contra la clase gobernante motivada por las crisis económica, las denuncias de corrupción, y el sectarismo religioso, se le suman ahora las exigencias de una investigación profunda e imparcial de la catastrófica explosión. Los manifestantes se radicalizan. Al grito de “revolución” y que “se vayan todos”, corren a miembros del gobierno por las calles y toman ministerios. El gobierno trató de apaciguar convocando a elecciones en dos meses. Pero las movilizaciones aumentan día a día.
Por su parte, el presidente, ahora renunciado, Michel Aoun, dijo poco después de la explosión que era “inaceptable” que hubiera 2.750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas de forma insegura. Pero luego manifestó por tweet que “una investigación internacional va a ser una pérdida de tiempo”.
Lo que provocó la reciente catástrofe fue un incendio en un depósito donde estaban almacenadas 2.750 toneladas de nitrato de amonio desde hace seis años sin «medidas de precaución», según reconoció el primer ministro Hassan Diab. El suceso provocó la muerte de al menos 160 personas y 6.000 heridos, 300.000 quedaron sin hogar, además se destruyeron toneladas de material de bioseguridad que estaban en el puerto para utilizar frente a la pandemia. Los hospitales ya colapsados por la Pandemia, se llenaron de heridos de la explosión.
“La revolución del WhatsApp”
Este desastre, aún no esclarecidas sus causas, profundizó aún más la crisis y radicalizó a sus manifestantes que en octubre del año pasado tomaron las calles, abriendo un proceso revolucionario que ya provocaron la caída del anterior gobierno de Saab Hariri, de la derecha empresarial apoyado por el imperialismo, en noviembre.
La crisis política se arrastra desde hace décadas, y en octubre se agudizó ante una total catástrofe económica, con la mitad de su población por debajo del umbral de la pobreza y con una deuda del 170% de su PIB (proporcionalmente una de las más altas del mundo) y colapso de todos los servicios públicos de salud, internet, etc. A principios de octubre de 2019, la escasez de moneda extranjera llevó a la libra libanesa a una fuerte depreciación frente al dólar desatando una hiperinflación. Los importadores de trigo y combustible exigieron que se les pagara en dólares, los sindicatos convocaron huelgas.
A mediados de octubre, el gobierno, aplicando los clásicos planes del FMI, propuso nuevos impuestos sobre el tabaco, la nafta y las llamadas de voz a través de WhatsApp para aumentar sus ingresos, pero la reacción violenta de la población tomando edificios públicos obligó a cancelar los planes y en noviembre a la caída del gobierno. Se le llamó la “revolución del WhatsApp».
El gobierno de Hassam Diab
Ante el derrumbe de Hariri en noviembre, se formó el gobierno encabezado por Hassam Diab como un gobierno de centroizuierda, integrado por Hezbollah (el “partido de Dios”) y el Movimiento Amal, partidos apoyados principalmente por la población musulmana chií; el Movimiento Marada, cristiano; el Partido Comunista del Líbano, el Partido Social Nacionalista Sirio y el Movimiento Patriótico Libre, apoyado principalmente por la población cristiana.
Pero, este gobierno no logró la estabilidad política, ni interrumpir las protestas, ya que no tomó ninguna medida económica que aliviara el desastre que vive el pueblo. Por el contrario mantuvo los pagos de la deuda externa y las altísimas ganancias de los banqueros (Líbano es el centro financiero del Medio Oriente árabe).
Levantamiento imparable
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, visitó Beirut el día después de la explosión, como un bombero para apagar el incendio. Con un falso discurso “humanitario”, para “ayudar”, dijo. En realidad fue a defender los intereses económicos en el país, que fue protectorado de Francia de 1920 hasta 1943 y, para eso intentando apuntalar al gobierno de Diab. La burguesía francesa ha mantenido importantes negocios en el Líbano.
Ante la profundidad de la crisis y el derrumbe de todos los partidos, sectores empresariales hicieron circular petitorio para que Francia tome el control del país por 10 años.
En la calle, centenares de miles de jóvenes, trabajadores, desocupados, mujeres empobrecidas, se unen borrando las líneas divisorias sectario-religiosas y repudiando a todos los partidos patronales de cualquier confesión religiosa. El pueblo trabajador libanés necesita organizar su propio poder para terminar con el desastre, comenzando por imponer el no pago de la deuda externa.
Llamamos a la solidaridad internacional de los trabajadores, trabajadoras y a juventud con la lucha del pueblo libanés, y contra cualquier intervención imperialista francesa o sionista con la excusa de “estabilizar”, porque solo llevarán a aumentar el desastre.