Por Miguel Lamas, dirigente de ARPT de Bolivia y de la UIT-CI
Más de 60.000 trabajadores de los yacimientos de gas y petróleo y las plantas petroquímicas de 112 empresas, se declararon en huelga en todo Irán desde el 19 de junio. Son las mayores huelgas desde la revolución de 1979. Los huelguistas reclaman aumentos salariales, la eliminación de los contratos temporales y de las zonas especiales, y el fin de la privatización del petróleo, volviendo a nacionalizar, y el derecho a formar sindicatos independientes.
La llamada “Campaña de huelga 1400”, en referencia al año en curso del calendario iraní, fue coordinada nacionalmente por comités de huelga.
Las huelgas comenzaron un día después de las elecciones nacionales ganadas por el clérigo Ebrahim Raisi, que tuvieron mayoritaria abstención popular y boicot por grandes sectores de trabajadores.
La industria petrolera iraní es centralizada por la estatal National Iranian Oil Company. Pero en los últimos años ha habido un proceso de privatización a través de empresas contratistas, gran parte de ellas controladas por funcionarios estatales y sus familiares, que obtienen contratos muy ventajosos con la compañía estatal, y pagan a sus obreros salarios míseros y en condiciones de trabajo de superexplotación, con trabajadores sin derecho a sindicalizarse. También se crearon zonas económicas especiales donde no rigen las leyes laborales.
A la huelga no adhieren aún los trabajadores de la compañía de petróleo estatal, quienes reciben salarios 3 veces más altos que en las contratistas privadas, y están protegidos por la ley laboral. Sin embargo podrían adherir con sus propias demandas.
Pero el paro se ha mantenido y extendido y es apoyado con manifestaciones callejeras y pronunciamientos de maestros, jubilados y familias que buscan justicia para sus familiares asesinados durante la gran ola de protestas de noviembre de 2019, donde hubo 1500 muertos por la represión. También se han movilizado sectores campesinos con sus demandas, y movimientos por la liberación de las mujeres en el marco de la dictadura islámica.
La revolución de 1979
Hoy Irán tiene 83 millones de habitantes. Es y fue, desde hace un siglo, uno de los mayores productores de petróleo del mundo, compitiendo con sus vecinos rivales del Medio Oriente árabe, Arabia Saudita, países del golfo e Irak. Después de la segunda guerra mundial Estados Unidos sometió a Irán a sus intereses imperialistas. En 1953 impulsó un golpe de estado que llevó al gobierno al Sha (emperador) y todo el petróleo estaba controlado por empresas yanquis.
En 1979 una inmensa insurrección popular tiró abajo al Sha Mohammad Reza Pahleví. Los trabajadores y especialmente los petroleros desempeñaron un papel central en la insurrección, formando los “shoras” o consejos obreros, organismos de poder que llegaron a controlar la industria petrolera y otros sectores. Las empresas yanquis fueron expulsadas y el petróleo nacionalizado.
La república islámica
Pero por la falta de una conducción revolucionaria que planteara que los shoras tomaran el poder, éste quedó en manos del clero islámico, dirigido por el ayatolá (cargo clerical islámico) Ruhollah Musavi Jomeiní. Este tenía en ese momento, por el peso de la Iglesia islámica chiíta, gran apoyo popular.
Así se creó la República Islámica, cuya autoridad suprema es la autoridad religiosa. Reprimió hasta lograr disolver a los consejos obreros y estableció leyes represivas tanto hacia las mujeres, contra las organizaciones obreras, como contra cualquier sector disidente. Se creó la Guardia Islámica, como un cuerpo militar sanguinario y ultra represivo.
La República Islámica es claramente capitalista y los beneficios de la nacionalización del petróleo no llegaron al pueblo llano. Y como señalamos está volviendo a privatizar el petróleo y a vincularse ahora al imperialismo chino con el que acaba de firmar un tratado de inversiones por 400.000 millones de dólares en energía e infraestructura.
La República Islámica mantuvo, desde la revolución de 1979, una relativa independencia política y económica respecto de Estados Unidos y Europa, con reiterados enfrentamientos con Estados Unidos e Israel, y sanciones yanquis. Actualmente rigen las sanciones que estableció Trump, castigando a Irán trabando la venta de su petróleo, en represalia por desarrollar un programa de energía atómica. Estas sanciones aceleraron la crisis económica, que se agravó aún más con la pandemia. Esta crisis fue descargada de lleno sobre el pueblo trabajador, con precarización del trabajo, una gran inflación de más del 50%, salarios míseros, y colapso de los servicios como electricidad y agua. Por eso el descontento y grandes protestas populares en el 2019 y las actuales huelgas.
¡Viva la huelga petrolera! ¡Por una salida obrera a la crisis!
El hecho de que la huelga se haya mantenido un mes, muestra la fuerza de la clase obrera iraní. Si se llegan a plegar los trabajadores de la empresa estatal el movimiento se puede hacer imparable. La lucha por retomar y superar la experiencia revolucionaria de 1979, traicionada por los ayatolás, estará planteada. Es necesaria una dirección revolucionaria socialista para avanzar en el camino interrumpido en 1979, de un gobierno de los shoras, consejos obreros, y los organismos de masas que están surgiendo.
El nuevo gobierno de Raisi, un viejo represor que fue alta autoridad de Justicia, que asume en agosto, entra profundamente debilitado, por la enorme abstención electoral y la ola de huelgas. Por otra parte hay divisiones en la clase capitalista iraní, un sector quiere acuerdo con Estados Unidos para facilitar sus negocios petroleros, mientras la línea dominante se orienta a los acuerdos con China.
Es posible que el actual o el nuevo gobierno intenten negociar con los huelguistas y hacer algún concesión.
Pero en cualquier caso está en marcha un nuevo proceso revolucionario en Irán, que la sangrienta represión en el 2019 no logró aplastar. Aunque la movilización aún no ha llegado a la masividad que tuvo en el 2019, lo más probable, por la crisis política y social, es que se siga ampliando.
El mismo programa de los huelguistas es volver a la total nacionalización petrolera y esto implica liquidar al sector más concentrado de la burguesía ligada al régimen y enfrentar el nuevo sometimiento al imperialismo, sea yanqui o chino, que pretende imponer el gobierno y las distintas fracciones burguesas.