Por Lucha Internacionalista, sección del Estado español de la UIT-CI
Cuando pasamos por Varsovia, yendo a Ucrania en el 2º viaje, estuvimos con Zbigniew Marcin Kowalewski, redactor jefe adjunto de la edición polaca de Le Monde diplomatique. Militante trotskista del SU, vivió en Cuba justo terminada la revolución, militó en Argentina, participó activamente en las luchas con las que nace el sindicato polaco Solidarnosc, y tras su exilio en Francia, hoy vuelve a vivir en Varsovia. Allá nos dio apoyo al convoy y en la defensa de un tercero en la Red Europea de Solidaridad con Ucrania. Le entrevistamos sobre el nacimiento de Solidarnosc, la actual situación de Polonia y su posición en la guerra de Ucrania.
LI.– En 1980, en Polonia, ¿Los y las obreras estaban ante una revolución?
ZMK.– En 1980-81, durante 18 meses, tuvimos en Polonia una verdadera revolución obrera contra el régimen burocrático. La precedió, 10 años antes, una gran rebelión obrera, en las mismas ciudades de la costa del Báltico, que elaboró entonces los tres puntos esenciales de partida para la futura revolución. La reivindicación: los sindicatos libres y el derecho de huelga; la táctica: una huelga de masas con ocupación de las fabricas; y la forma de organización: los comités de huelga interempresas a nivel de una ciudad entera, sin divisiones gremiales. Diez años más tarde, la revolución fue durante un tiempo exitosa porque aplicó desde el comienzo estos tres principios, pero yendo más lejos: formó un solo sindicato nacional, Solidarnosc (Solidaridad), de carácter territorial (a tres niveles: organización de empresa, organización regional, organización nacional), instauró un régimen interno de democracia obrera, creó una situación de dualidad de poderes y gestó las primeras formas de poder obrero: los consejos obreros de empresas y sus coordinadoras regionales, con vistas a la formación de una estructura nacional, para disputar y expropiar el poder a la burocracia dominante e instaurar el de los trabajadores. Fue una tremenda revolución, una verdadera explosión de autoorganización de masas y de autoactividad, muy marcada por su carácter bastante elemental, pero al mismo tiempo extraordinariamente fuerte, manifiesto, de clase.
LI.- Restauración capitalista, entrada en la UE. ¿Podrías poner unas frases para definir lo que significaron estos cambios en Polonia?
ZMK.– La revolución fue derrotada y la clase obrera aplastada en diciembre de 1981, con la instauración de un estado de guerra. Pero el régimen burocrático también se agotó y comenzó a buscar de manera desesperada una salida de su derrumbe tanto político como económico, que era ya terrible. El debilitamiento de la dominación soviética con el ascenso de Gorbachev y sus aperturas hacia el capitalismo, le permitieron a la burocracia polaca concertar un acuerdo con la oposición democrática. El efecto fue, por un lado, una enorme victoria: las primeras elecciones parcialmente libres, que ganó la oposición, la caída del régimen burocrático y la instauración de un régimen democrático. Por otro lado, fue una enorme derrota: la restauración del capitalismo, porque la revolución obrera había sido derrotada 10 años antes y ahora no se levantó para impedirla. La restauración fue muy dura para las masas trabajadoras, un verdadero desastre social para gran parte de ella. El neoliberalismo y la globalización capitalista desindustrializaron al país y reestructuraron muy radicalmente a la clase obrera misma. La integración a la Unión Europea consolidó esta transformación, pero también estabilizó un régimen capitalista relativamente –en la medida de lo posible bajo este régimen– equilibrado socialmente y dinámico económicamente. Por esto Polonia muestra los índices más elevados de apoyo popular a la UE.
LI.– ¿Cómo definirías el actual Gobierno polaco?
ZMK.– Es un gobierno populista autoritario de derecha, muy conservador, muy clerical, muy nacionalista. Representa a los sectores capitalistas menos «europeizados» y, en general, internacionalizados o globalizados, menos avanzados tecnológicamente, menos competitivos. En las condiciones de la democracia liberal y la economía de mercado libre estos sectores capitalistas corren el riesgo de perder. Para evitarlo, necesitan que los factores políticos, o sea los vínculos con los aparatos estatales protejan y estimulen sus procesos de acumulación de capital y su posición en los mercados, especialmente frente a los grandes capitales internacionales. Esta dependencia de la acumulación de capitales de los factores políticos, violando las reglas liberales de la libre competencia, requiere necesariamente un gran ajuste de la estructura del Estado: la supresión de la independencia del poder judicial y su subordinación al poder ejecutivo. Un extenso y prolongado desmantelamiento de la independencia de este poder por parte del gobierno actual, se sitúa en el centro mismo del combate político entre Polonia y la UE en torno a las cuestiones de la democracia.
LI.– ¿Hay resistencia popular ante su política?
ZMK.– Desde la llegada del partido Ley y Justicia (PiS) al poder en 2016, los dos ejes de mayor resistencia popular, que periódicamente dan importantes estallidos del movimiento de masas, son: primero, la defensa de la democracia política, muy ligada a la defensa de la pertenencia de Polonia a la UE; segundo, la lucha por el derecho al aborto. Polonia es un Estado extremadamente represivo del aborto, y su prohibición casi total, como factor de opresión generalizada, de masas, constituye la fuente de lo más reaccionario y retrógrado que hay en nuestro país. Lo «católico» y lo «nacional», en su versión de derecha, se identifican en Polonia. La represión «católica» del aborto genera un Estado «nacionalmente» atrincherado, y un Estado «nacionalmente» atrincherado genera la represión del aborto. Cuando las dos resistencias mencionadas surgen a la superficie y se manifiestan, lo que por lo general se produce mediante «estallidos» más o menos inesperados y repentinos, son siempre muy heterogéneas socialmente o multiclasistas. Llevan a las grandes masas a las calles, no solamente en los grandes centros urbanos, sino también en las ciudades pequeñas, muy «provinciales», y sacuden la sociedad entera. Por lo general no se unen, pero las grandes movilizaciones por el derecho al aborto tienden con relativa facilidad a asumir la defensa de otras libertades democráticas. Lo paradójico es, al mismo tiempo, un nivel muy bajo de la resistencia social de los trabajadores: Polonia es, desde hace 30 años, un país de muy raras huelgas y de una legislación anti-huelguística tan restrictiva como la legislación anti-aborto, pero la primera, contrariamente a la segunda, no genera ni grandes, ni siquiera pequeñas protestas de masas. Sobre este plano, visiblemente, los marxistas revolucionarios tenemos que ser pacientes.
LI.– ¿Qué dirías ante las dudas que hay en parte de la izquierda europea sobre la invasión de Ucrania?
ZMK.– De la antigua superpotencia, a la Rusia actual no le queda más que el más poderoso arsenal nuclear. Es monstruoso el desequilibrio entre este gigantesco poder destructor, capaz de aniquilar a la humanidad, de que dispone y el profundo atraso socio-económico, político y cultural que condujo a su caída. Y es este desequilibrio él que genera la locura revanchista del imperialismo ruso en plena decadencia, lanzándolo a una guerra de reconquista genocida de Ucrania. El pueblo ucraniano lleva a cabo una heróica guerra de defensa nacional. Su resistencia armada y no armada requiere, en el mundo entero, una plena e incondicional solidaridad internacionalista de todas las fuerzas dignas de llamarse “de izquierda”. Pero estamos frente a un fenómeno de extrema gravedad. La guerra de Ucrania ha revelado, sacado a la luz pública, una profunda degeneración de amplios sectores de la izquierda europea e internacional. En ruptura con el internacionalismo, han engendrado un extraño antimperialismo, pero firmemente arraigado en ellos: sectorial, parcial, selectivo, que denuncia, y a veces incluso enfrenta, algunas potencias imperialistas. Pero al mismo tiempo, ignora o niega explícita o implícitamente, de manera manifiesta o latente, el carácter imperialista de otras, cuando no se alía con ellas contra los pueblos que oprimen, invaden, o ayudan a oprimir, masacrar, o exterminar por parte de los regímenes que estas potencias apoyan. El silencio de estos estos sectores de izquierda sobre el imperialismo ruso y chino, o incluso la negación abierta del carácter imperialista de los regímenes de Rusia y China, es para mí un signo evidente de que han renunciado a una posición de clase para sustituirla por una geopolítica. Ésta se disfraza de antimperialismo pero no tiene que ver con un verdadero antimperialismo y oculta, en realidad, el hecho de que el campismo (1) es una reedición de la histórica enfermedad senil del derechismo en la izquierda. Me llama mucho la atención el hecho de que, en Europa, los bastiones del campismo radican en las antiguas potencias imperialistas que en el siglo XX habían sido derrotadas por el imperialismo norteamericano.
NOTA:
(1) NdE) Campismo: entender el mundo dividido en dos campos, uno imperialista, comandado por EE.UU. y la OTAN, y el otro, supuestamente antiimperialista y progresivo, con los estados que como Rusia, China, Venezuela o Irán han tenido diferencias con EE.UU.