Por Santiago Alba Rico, escritor y filósofo, experto en el mundo árabe.
Tomado de Diagonal Periódico
La heroica resistencia frente al Estado Islámico de la ciudad kurda de Kobane en Siria merece toda nuestra admiración y apoyo, como merece todo nuestro rechazo la administración cruel de la batalla, desde fuera, por parte de un gobierno turco que considera más amenazadores a los kurdos que a los yihadistas. Pero en el Próximo Oriente hay en estos momentos tantas resistencias que admirar y tantas infamias que condenar que no deja de llamar la atención lo que la activista siria Leila Shami llama «solidaridades selectivas» y, del otro lado, «condenas selectivas».
Nada tiene de raro este doble rasero cuando se trata de los Estados con intereses en la zona, por no hablar de las potencias occidentales. Nadie puede creer que a EE UU, la UE, Rusia, Irán o Arabia Saudí les importe lo más mínimo la suerte de los habitantes de Kobane, como no les importa nada la de los habitantes de Deir al Zour o la de los de Al-Waer, en Homs, cuya heroica resistencia frente al EI y al régimen de Assad –respectivamente– ha sido efectivamente ignorada por todos los gobiernos del mundo y por casi todos los medios de comunicación. Más sorprende que un sector de la izquierda antiimperialista no sólo haya ignorado a su vez la resistencia de los rebeldes sirios, y el sufrimiento de numerosas poblaciones sirias, sino que pase por alto ahora, como caminando sobre ascuas, los bombardeos de los EE UU sobre Iraq y Siria, bombardeos que, como reconoce Chuck Hagel, secretario de Defensa de los EE UU, han permitido tomar aliento y recuperar terreno a Bashar Al-Assad, a sus soldados armados por Rusia e Irán y a sus milicias multinacionales. Los mismos que –martillo de herejes– golpearon duramente en los dedos, y virtualmente en la nuca, cualquier atisbo de ambigüedad o de «colaboración objetiva» con el satán estadounidense cuando Obama bombardeaba Libia o amagaba coquetamente con bombardear al Ejército del régimen sirio tras la matanza de Ghoutta, hoy aceptan que las bombas estadounidenses salven a los kurdos de Kobane y de paso prolonguen la vida de la dictadura siria.
Mientras en Hama y Alepo los rebeldes sirios ceden terreno por falta de munición (y los helicópteros del régimen lanzan barriles de dinamita sobre los refugiados de Idlib), los aviones estadounidenses lanzan bombas contra el EI en Kobane y paquetes con armas para sus defensores. A la izquierda que yo llamo ‘estalibana’ le pasa lo mismo que a los EE UU: no están en contra de las intervenciones, sino a favor de las «buenas causas». Así, EE UU, en lucha por la «democracia», acaba apoyando dictaduras y la izquierda estalibana, apoyando dictaduras, acaba enredada en sus propias rigideces. En Libia no había que intervenir porque la causa de la revuelta contra Gadafi era mala; contra Al-Assad tampoco había que intervenir porque la causa de los revolucionarios sirios no era buena. ¿Qué es una «buena» causa? Cualquiera que –mantenga o no alguna relación con la democracia y la justicia social e incluso si dispara contra su propio pueblo– verborree contra el «imperialismo estadounidense». Como criterio es una solemne tontería, pero al menos parece claro. El problema es que ahora con los kurdos de Kobane no sirve, porque ocurre que EE UU apoya lo mismo que «nosotros» y además bombardea a «nuestros» enemigos. Y salva de paso al régimen sirio, que «nosotros» –en aplicación de nuestro criterio sumarísimo– defendíamos por su «antiimperialismo» (y que, por cierto, es completamente incompatible con el proyecto democrático de Kobane y Rojava). No sólo «nuestros enemigos imperialistas» incurren en paradojas morales un poco –cómo decirlo– nauseabundas.
Para el que tiene los medios, hay muchas formas de intervenir: financiando, armando, bombardeando y –si se tienen los medios– no interviniendo. EE UU utiliza todos estos formatos al mismo tiempo, con distinta eficacia, en diferentes lugares del planeta y en defensa de sus intereses, que no son los de la humanidad. Los que no tenemos los medios para intervenir deberíamos limitarnos a defender algunos pequeños principios de aplicación planetaria: derechos humanos, democracia social, no-intervención militar y, en estados de necesidad, allí donde los pueblos defienden su supervivencia misma, solidaridad efectiva y material. Del mismo modo que en Libia y en Siria defendí las revoluciones y rechacé toda intervención militar, en Kobane defiendo la resistencia y rechazo los bombardeos de EE UU y sus aliados. ¿Cómo se come eso? No se come; se enuncia como un gran dilema ético y político. El silencio hoy de los estalibanes prueba que la realidad misma, en cuyo nombre quieren hablar, les ha llevado a un atolladero sin salida. Sabemos apenas dos cosas. Una: que EE UU interviene o no con independencia de que se lo pidan las víctimas, pero que es comprensible que éstas (kurdos, libios, sirios) pidan ayuda y que, si no llega de otra parte, la acepten (ya hubieran querido los republicanos españoles un poco de armamento estadounidense e inglés). La segunda es que los pueblos no lo eligen: se les impone en cada momento el enemigo. Y en Siria, para kurdos y no kurdos, el enemigo inmediato no son los EE UU, sino el EI y la dictadura siria (como lo eran para los republicanos los fascistas). Geopolítica no es sobrevolar los mapas con una regla de medir «antiimperialismos», sino negociar siempre con algún diablo sabiendo que estamos cayendo en una trampa, pero tratando de que el diablo también tropiece mientras tratamos de conquistar un poco de libertad y de salvar vidas. La maldición de los pueblos sometidos y que luchan por sacudirse el yugo –los kurdos, los palestinos y tantos otros– es que se pasan la historia cayendo de una trampa a otra.
Estado Islámico, Assad y EE UU
Sabemos una tercera cosa. Aunque sus declaraciones sean pura retórica interesada (y antikurda), Turquía tiene formalmente razón cuando dice que hay que combatir al mismo tiempo al Estado Islámico y al régimen sirio. Si hace tres años hubiera caído la dictadura, si hace dos se hubiera armado a los rebeldes, hoy el EI no existiría y Kobane no tendría que estar siendo apoyado desde el aire por los mismos que destruyeron Iraq, los mismos que abandonaron la revolución siria y los que abandonarán a los kurdos –considerados «terroristas»– apenas dejen de necesitarlos en su geometría variable de intervenciones interesadas. El EI, Assad y EE UU son hermanos siameses; para librarse de uno hay que librarse de los tres. Entre tanto, ¿qué hacemos en Kobane? Admirar el heroísmo de los kurdos y de los sirios del ELS que los apoyan; y denunciar la hipocresía de los imperialistas que manipulan su causa (incluidos turcos, iraníes, saudíes y rusos) y la de los antiimperialistas estalibanes que celebran o silencian vergonzosamente en Kobane las mismas bombas estadounidenses que condenaron justamente en Libia.