Por Nicolás Núñez, dirigente de Izquierda Socialista/UIT-CI (15/4/2023)
A través de “Ideas de izquierda”, el dirigente del PTS y la Fracción Trotskista – CI, Christian Castillo, publicó “A propósito de los 100 años del nacimiento de Ernest Mandel”, donde desarrolla una reivindicación de aportes y una enumeración de críticas ante la trayectoria del histórico dirigente europeo del trotskismo mundial. El texto se presenta como una ampliación de la intervención que Castillo desarrolló el pasado 30/03 en el marco de un evento de homenaje a Mandel organizado por Poder Popular, Marabunta y Economistas de Izquierda, en el que participaron junto a él referentes que reivindican la trayectoria del dirigente trotskista belga.
El documento tiene la particularidad de omitir sentar posición sobre la pregunta esencial: ¿su trayectoria militante de más de medio siglo en el trotskismo y su legado, son esencialmente correctos y progresivos para seguir construyendo partidos revolucionarios trotskistas, o, por el contrario, representa un cúmulo de errores, capitulaciones y revisionismos de los que es necesario delimitarse tajantemente para impulsar la reconstrucción de la Cuarta Internacional? ¿Se trata de que durante un período de su trayectoria las respuestas políticas de Mandel “no estuvieron a la altura de las circunstancias” como señala Castillo, o de que de conjunto se trata de una trayectoria en la que primaron la ruptura con los pilares del marxismo y el trotskismo revolucionarios y las capitulaciones? En su texto, el dirigente del PTS, no solo omite sentar posición ante estos interrogantes, sino que en el marco de grandes elogios (“desarrolló la obra teórica más prolífica” entre los dirigentes del trotskismo de posguerra), señala que él mismo se siente más cercano a los escritos de Mandel que quienes militan en lo que representaría el mandelismo oficial. A su vez, de forma sistemática son metidos bajo la alfombra elementos centrales de la trayectoria de la corriente mandelista.
Sin demorar en dar nuestra propia respuesta a estos interrogantes, señalaremos que entendemos que la sistemática capitulación a las direcciones reformistas y traidoras; la abdicación de la tarea de construir organizaciones politicas militantes basadas en el centralismo democrático -a nivel nacional y mundial-; la renuncia a la pelea por el gobierno de trabajadores, y un impresionismo metodológico que también lo llevó a embellecer al sistema capitalista en su época de decadencia; hacen que nuestra corriente morenista, expresada en Izquierda Socialista y la Unidad Internacional de Trabajadores y Trabajadoras – Cuarta Internacional (UIT-CI), entienda que la reconstrucción del movimiento trotskista a nivel mundial requiera de una delimitación contundente de la obra de quien fuera durante décadas el principal dirigente del Secretariado Unificado, dado que considera que tomado globalmente su legado aporta coordenadas equivocadas para la construcción de organizaciones revolucionarias en el presente.
Antes de adentrarnos en la polémica con el texto de Castillo, señalemos que históricamente nuestra corriente ha reconocido el peso intelectual y el compromiso militante de una personalidad de la talla de Mandel, un dirigente que padeció la persecución nazi, al que en distintas ocasiones le fue prohibido entrar a distintos países, que se involucró personalmente en diversos procesos revolucionarios y que efectivamente hizo aportes teóricos desde el marxismo que ganaron amplia circulación incluso por fuera del movimiento trotskista. Las sistemáticas polémicas de Nahuel Moreno y Mandel siempre se dieron desde el lugar del respeto. E incluso podemos decir que entre el morenismo y el mandelismo se dieron (como veremos a continuación) debates fuertísimos y muy profundos, pero claros y fraternales. Algo que no ocurre -lamentablemente- con las y los compañeros de la dirección del PTS que llevan treinta años de hacer escuela de falsificar las posiciones de Moreno y evitar responder a los debates realmente planteados. Incluso no perdieron la oportunidad de hacerlo en esta reseña de la obra de Mandel.
En “Un documento escandaloso”, el documento de 1973 de polémica con Mandel que en la militancia del PST fue rebautizado como “el Morenazo”[1], el dirigente argentino comenzaba por recuperar las enseñanzas de Trotsky respecto de cómo dirigir una discusión política, y en particular, su invocación a no perder de vista la realidad de que la clase trabajadora cuenta con una cantidad de horas limitadas para la lectura y el debate político, y por tanto insta a no irse en lo humano y lo divino, sino centrarse en “la evaluación concreta de los hechos y las conclusiones políticas”[2]. Tomando ese criterio metodológico, interpretamos que para el PTS lo central y decisivo a ser criticado respecto de las posiciones mandelistas son los aspectos que recapitula Christian Castillo. A saber: la definición de clase de los Estados en los que se expropió a la burguesía en la posguerra; la caracterización a comienzos de los años ’50 de un período de “guerra-revolución” que hacía inminente una conflagración mundial entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y la definición política-organizativa coligada de hacer “entrismo sui generis” –disolverse- en los Partidos Comunistas y socialdemócratas; la definición de una nueva etapa del sistema capitalista en el que se habría desplegado un nuevo crecimiento de las fuerzas productivas; y en menor medida desarrolla Castillo una mención al apoyo e impulso de Mandel en la segunda mitad de la década de los sesenta a las derivas guerrilleristas en América Latina; una tardía posición de embellecimiento al proceso de reformas impulsadas por Mijail Gorbachov en los últimos tiempos de la URSS; y finalmente una reivindicación del sufragio universal y el parlamentarismo como instrumentos necesarios de un “Estado posrevolucionario”. En este último punto y en el del entrismo, Castillo aprovechará para amalgamar posiciones con señalamientos de Nahuel Moreno para desfigurar el legado de este último, cosa sobre la que volveremos al final de este texto.
Un tendal de omisiones “escandalosas”
Empecemos por decir que la selección que realiza el PTS de sus diferencias con el legado mandelista llama la atención en sus omisiones. Veamos.
Partimos de lo central: Castillo no entiende necesario delimitarse respecto de que Mandel, en su rol de principal dirigente de la Cuarta Internacional, junto con Pablo, desde la posguerra, y luego desde 1963 del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional (CI), junto a Pablo, Mandel encabezó al sector del trotskismo que fue cayendo en posiciones cada vez más revisionistas y oportunistas, traicionando la revolución obrera en Bolivia en 1952 por el apoyo al gobierno burgués del movimiento nacionalista MNR[3], renunciando a la construcción de los partidos revolucionarios, apoyando a las direcciones burocráticas como Mao y Castro, llevando a la Cuarta a la crisis y división desde los años cincuenta, a la dispersión del movimiento trotskista que aún no se ha superado. Ni señala el artículo que Mandel tuvo un rol clave en que la Cuarta Internacional transforme en un mero reagrupamiento de tendencias, sin debate ni cohesión programática, de forma coherente con su definición de dejar de impulsar la construcción de partidos leninistas y pasar a construir partidos-movimientos amplios “anticapitalistas”.
Toca recordar que fue este teórico del SU quien comenzó a plantear que Lenin y Trotsky habrían caído en el “sustitucionismo” de la clase trabajadora, definiendo que ambos habrían transitado unos “años oscuros” de su intervención en 1920-21 en lo referido al rol central que ejerció el Partido Bolchevique en la conducción de la defensa del proceso revolucionario. Haciéndose eco, o dejando correr, así de los recurrentes revisionismos que responsabilizan al autor de “El Estado y la Revolución” y al líder del Ejército Rojo del posterior ascenso de Stalin. Resulta llamativo aquí que, para una corriente que suele presentarse como profundamente preocupada por la vinculación de lo político y lo militar, no merezca señalamiento alguno que Mandel haya repudiado las medidas político-militares de preservación del Estado Soviético que defendieron Lenin y Trotsky[4].
Pues bien, señalemos entonces que en las antípodas del revisionismo mandelista, Trotsky nos legó señalamientos claves, como los de “Dictadura y revolución” (1937):
“La dictadura revolucionaria de un partido proletario no es para mí una cosa que uno puede libremente aceptar o rechazar: es una necesidad objetiva impuesta a nosotros por las realidades sociales de la lucha de clases, la heterogeneidad de la clase revolucionaria, la necesidad de una vanguardia revolucionaria seleccionada con el objetivo de asegurar la victoria.”
La construcción teórica de Mandel, desde su trabajo “Democracia socialista y dictadura del proletariado” (1977) se construye en buena medida sobre la base de enterrar estas claras definiciones trotskistas, y contraponerles una desestimación del rol del partido, y una glorificación de las libertades burguesas, en el marco de una capitulación general al “eurocomunismo”[5] que era una tendencia en los Partidos Comunistas que no sólo repudiaba la burocracia stalinista, sino a la perspectiva revolucionaria en su totalidad. Esto tampoco merece mención por parte de Castillo.
El trabajo de Nahuel Moreno “La dictadura revolucionaria del proletariado”[6] representó la respuesta principista de nuestra corriente a ese giro del SU encabezado por Mandel, y el documento con el que se proponía dar batalla en el XI Congreso de la Cuarta Internacional de 1979. Pero aquí otro de los hechos omitidos por el PTS en su homenaje se cruzó en el camino.
Efectivamente, en su texto Castillo circunscribe la relación del mandelismo con las corrientes reformistas, stalinistas, pequeñoburguesas y traidoras como mera “generación de expectativas o embellecimiento”. Pero la realidad es que fue bastante más a fondo que eso. En el ejemplo al que nos referiremos en concreto, en Nicaragua, Mandel apoyó al gobierno burgués del sandinismo con la oposición anti-somocista de Violeta Chamorro y Alfonso Robelo de julio de 1979. Como señala el dirigente del PTS en una nota al pie de su texto, la definió como “gobierno obrero”, pero no se limitó solo eso: también apoyó que Daniel Ortega encarcele y luego expulse del país a los militantes –trotskistas muchos de ellos y otros no- de la Brigada Simón Bolivar impulsada por el morenismo, que había combatido contra el ejército somocista y había iniciado un proceso de organización obrera ejemplar con independencia del co-gobierno con la burguesía de la dirección sandinista. Ante esta flagrante violación a principios revolucionarios básicos, la corriente morenista se retiró de la Cuarta Internacional, mientras que, por su parte, el mencionado XI Congreso ratificó el apoyo al gobierno burgués de Ortega y los empresarios y a la expulsión de la Brigada[7]. No merece mención para el PTS tampoco Mandel, el dirigente que criticaba a Trotsky para defender programáticamente que en un proceso revolucionario se debería garantizar la plena libertad política hasta a los burgueses, no haya encontrado contradicción entre esa posición y defender la represión y expulsión de militantes trotskistas en Nicaragua. ¿Acaso no es necesario educar a las nuevas generaciones que se suman al movimiento trotskista en que quien quizás fue su dirigente más visible tras la muerte de Trotsky consideraba correcto que un gobierno burgués detenga, golpee y expulse a militantes revolucionarios que impulsaban una política de organización de la clase trabajadora en el marco de un proceso revolucionario?
De hecho, debemos sumar a las omisiones escandalosas del homenaje a Mandel del PTS, que no señalan la traición a la Revolución Boliviana de 1952, donde Mandel y Michel Pablo impulsaron la política de apoyar al gobierno burgués de Paz Estenssoro, en el marco de un proceso en el que el trotskismo tenía influencia de masas, codirigía la COB, y podía incidir en el desenlace de acontecimientos en los que los trabajadores habían -armas en mano- destruido al ejército burgués y tras ello aún tenían las armas en sus manos, y estaba más que planteado llamar a luchar por “¡Todo el poder a la Central Obrera Boliviana (COB)!”. ¿No hay que enseñar a quienes se acercan a un trotskismo aún minoritario en estas latitudes que una de las revoluciones obreras más potentes del continente tuvo un fuerte peso del trotskismo, pero que éste jugó un papel lamentable bajo responsabilidad de dirigentes como Mandel y Pablo?
En suma, Castillo critica correctamente que Mandel apoyó en los 60/70 las tesis de universalización de la táctica de la guerra de guerrillas para toda América Latina. Pero no liga esta desviación a las previas y posteriores, de Mandel y los mandelistas, que han construido una saga -en continuado hasta el día de hoy- de seguidismo a las inquietudes de sectores de vanguardia y capitulación a las direcciones reformistas o contrarrevolucionarias del momento. Sean Tito, Mao o Fidel Castro, sean conducciones pro-guerrilleras (60/70), eurocomunistas (70/80’), zapatistas (95), pro-Lula y pro-chavistas (2000’ en adelante), siempre hubo en todo momento y lugar alguna organización mandelista que las apoye. El propio giro movimientista anti-partido leninista de los partidos amplios que inspiró directamente Mandel antes de morir, se inscribe también en este impresionismo y búsqueda de atajos permanentes en la construcción de una organización revolucionaria que ha sido parte del ADN del mandelismo contra las enseñanzas de Lenin y Trotsky. Y con esto no negamos la necesidad de desarrollar tácticas específicas de unidad y enfrentamiento con aquellas corrientes, como lo ha hecho el morenismo a lo largo de toda su historia, pero por regla al servicio de desenmascarlas y no de brindarles apoyo político. Por eso resaltamos la omisión del PTS de capitulaciones de todo tipo y color, como las antes mencionadas, u otras posibles de ser enumeradas como la incorporación de una de las secciones de la CI mandelista al ejecutivo del gobierno de Lula con un ministro (de “Desarrollo agrario” en 2002).
La importancia del debate sobre las Fuerzas Productivas
Castillo sintetiza en su artículo que Mandel avanzó sucesivamente hacia una definición de un nuevo estadio de desarrollo del capitalismo, “neocapitalismo” o “capitalismo tardío” fueron formas que adaptó esta categorización, y que traspasó las fronteras del movimiento trotskista al ser adoptada por influyentes teóricos del marxismo académico como Fredric Jameson, que -sintéticamente- definió al “posmodernismo” como “la lógica cultural del capitalismo tardío”. En aras de no extender por demás esta polémica, no entraremos en un debate con esta construcción teórica en torno a una nueva etapa del capitalismo más allá de lo que consideramos su aspecto central: una concepción revisionista economicista y tecnicista de las fuerzas productivas que llevó a Mandel a señalar como equivocada la definición del Programa de Transición respecto de que “las fuerzas productivas de la humanidad han dejado de desarrollarse”. Como fuera señalado ya en el “Morenazo”, es esta la base material de las diferencias colosales en las definiciones políticas y coordenadas para la construcción de organizaciones revolucionarias. Por su parte, si bien Castillo reafirma que para su corriente el crecimiento de las fuerzas productivas identificado por Mandel debía matizarse (propone hace tiempo el PTS la definición “desarrollo parcial de las fuerzas productivas”), en concreto en el tema se ubica más cerca de Mandel y más lejos de Trotsky y los cuatro primeros congresos de la Tercera Internacional, dado que esencialmente coincide con la concepción economicista de las fuerzas productivas al tomar como parámetro central el crecimiento económico, más precisamente, el PBI de las potencias imperialistas[8]. Por su parte, Marx, Trotsky y Moreno parten de los hechos de la realidad respecto las condiciones concretas de vida de las personas, que obviamente, tal como lo documentaba Moreno en los sesenta y setenta y ahora lo hacemos nosotros, están día a día empeorando para las y los trabajadores y los pueblos.
¿Por qué resulta importante este punto? Porque a nuestro entender, que creemos que es el más que fielmente representa la concepción marxista que entendía a la clase trabajadora como la principal fuerza productiva, el desarrollo de esta variable no es una estadística más para los almanaques de la ONU y el Banco Mundial, sino que da cuenta del signo estratégico de si estamos o no en una época revolucionaria (inestable, de decadencia del régimen de producción vigente e imposibilidad de otorgar concesiones estructurales a las mayorías trabajadoras) o reformista (de desarrollo gradual, ordenado y cesión de conquistas).
Para plantear de forma resumida las consecuencias de estas definiciones, digamos que la concepción mandelista de un capitalismo que desarrollaba las fuerzas productivas deja sin sustento material al “Programa de Transición” y la perspectiva de “Socialismo o Barbarie”, y era consecuente con una definición estratégica en la que como lo que prima resulta ser el aumento del consumo y no la carestía de la vida, lo central era la disputa ideológica orientada hacia la vanguardia. La concepción trotskista y morenista, por el contrario, entendía y entiende que el capitalismo solo decanta en un curso de miseria creciente, y por tanto lo central resulta ser la construcción de los partidos revolucionarios trotskistas para la acción y el desarrollo de la movilización de las masas para vincular la lucha en defensa de sus condiciones de vida con la pelea por el gobierno de trabajadores, y de ganar a la vanguardia para llevar adelante esa tarea junto al partido revolucionario. Castillo tampoco sienta posición respecto de si también se siente o no “más cercano a los escritos” de Mandel en su concepción del trabajo sobre la clase trabajadora y los fenómenos de vanguardia, y su abandono estratégico y por más de medio siglo a la construcción de los partidos trotskistas en todo el mundo.
Pero, en suma, tenemos que señalar que las fuerzas productivas, además del componente humano y la técnica, tienen un tercer pilar que es la naturaleza. Ya en Marx está el señalamiento de la transformación de fuerzas productivas en “fuerzas destructivas”, y de que el capitalismo destruye las dos fuentes de su riqueza: al trabajador y a la naturaleza[9]. Resultaría anacrónico realizar una crítica a las definiciones del capitalismo de posguerra que realizó Mandel con la evidencia científica que hoy tenemos. Pero el PTS escribe desde un presente en que -por fuera del negacionismo climático de liberfachos y trumpistas- contamos no sólo con suficiente evidencia empírica respecto del rumbo de catástrofe climática y ambiental a la que nos lleva el capitalismo, sino también más precisamente de una ubicación aportada desde diversos campos científicos respecto de que el momento en que comienza el salto cualitativo de destrucción ambiental[10], es decir, de destrucción de fuerzas productivas, es justamente el “boom de posguerra” que Mandel y el PTS señalan como de desarrollo parcial o “crecimiento relativo”.
Seguir sosteniendo una definición de fuerzas productivas basadas en aumento del PBI, cuando el capitalismo imperialista bien puede con su lógica de acumulación permanente “crecer” hasta empujar a la humanidad hacia el propio riesgo de su extinción, termina de demoler la importancia estratégica de esta categoría como índice de la época histórica en que se desarrolla la lucha de clases. La casi nula importancia que le da el PTS a la intervención en espacios de movilización socioambiental como la Coordinadora Basta de Falsas Soluciones en la Argentina quizás tenga un origen en su incomprensión en clave marxista de la importancia de la dimensión ambiental para el pensamiento estratégico revolucionario. Pero toca aquí decir que Mandel, a pesar del economicismo de su definición de las fuerzas productivas, sí dio inicio a un curso de elaboraciones al seno del SU que decantaron en los cimientos de la tendencia “ecosocialista”, que, como no podía ser de otra manera, nació y creció con las limitaciones programáticas propias de su corriente: desligando las tareas de la lucha contra la destrucción ambiental de la pelea por gobiernos de trabajadores y la construcción de partidos revolucionarios[11].
Una vez más sobre el “objetivismo” y la “revolución democrática”
Castillo señala en su artículo que el “objetivismo” habría sido uno de los problemas metodológicos presentes en la obra no sólo de Mandel, sino también de “gran parte de los dirigentes y corrientes del trotskismo de posguerra”. Como no podía ser de otra manera, desde ya que también es una crítica en la que el PTS suele amalgamar las posiciones de Nahuel Moreno.
Si por objetivismo se entiende un desarrollo teórico que toma algún elemento de la base material-objetiva (económica, tecnológica, etc.) y le otorga el alcance de determinar en forma decisiva y mecánica fenómenos superestructurales, políticos, o el propio desenvolvimiento histórico, entonces diremos que sí, efectivamente Ernest Mandel ha incursado en dicho camino una y otra vez. Veamos.
De las tareas de expropiación a la burguesía que se llevaron adelante en distintos países, el mandelismo terminó por inferir el carácter revolucionario de sus conducciones (Tito, Castro y Mao). De la base social de los Estados obreros (la propiedad estatal de los medios de producción), Mandel revisó todas las posiciones de Trotsky al respecto para negar el carácter restauracionista de la burocracia soviética[12] (algo tampoco señalado por Castillo). De los roces entre el imperialismo yanky y la URSS infirió un Estado de guerra inminente que justificó el largo “entrismo sui géneris” en los PC y PS, con la expectativa de su transformación en direcciones revolucionarias. Tal como señalamos, del crecimiento económico y determinados desarrollos tecnológicos infirió la reanudación del crecimiento de las fuerzas productivas bajo el capitalismo imperialista. Del carácter mayoritario e históricamente progresivo de la clase trabajadora y “verdadero” del programa revolucionario, infirió que el sufragio universal sería una herramienta privilegiada del “Estado pos-revolucionario”, elevando de paso a nivel de imperativo categórico-moral la defensa de las libertades burguesas, más allá de las condiciones concretas y reales de la lucha de las clases y sus instituciones en cada situación.
Pues bien, el problema que tienen la amalgama y las falsificaciones del PTS es que en todos y cada uno de estos debates históricos, el morenismo tuvo una posición -y un método- opuesto. Señalaremos dos de las amalgamas que el PTS hace en su artículo.
Una cosa es la breve (entre 2 y 3 años) experiencia morenista de entrismo en las organizaciones sindicales peronistas, en el marco de un movimiento político burgués proscripto que no contaba con ninguna centralización política, de forma que la táctica para ligarse a la clase obrera peronista se aplicó sin tener que adoptar ninguna definición política impuesta por ningún jerarca peronista ni por Juan Domingo Perón mismo, y sobre la base de continuar editando publicaciones propias y sosteniendo en forma independiente la construcción del propio partido revolucionario. Y otra cosa, bien distinta, fue la disolución durante dieciocho años de los militantes trotskistas europeos en los partidos del stalinismo y la socialdemocracia, porque se iban a volver revolucionarios. Claramente la igualación que intenta plantear el PTS no resiste al menor debate.
Por otro lado, amalgamar la capitulación del mandelismo al democratismo del eurocomunismo y el desarrollo del posmarxismo (Laclau, Mouffe) con la caracterización de Moreno del proceso de las dictaduras latinoamericanas, tampoco resiste ningún análisis serio. Por más que el PTS lleve 30 años de batir el parche del “programa de la revolución democrática” como supuesto etapismo y error de Moreno, tal cosa no existe, y seguimos a la espera de que presenten un caso en que nuestra corriente haya apoyado a un gobierno burgués como paso necesario, o “etapa democrática” de la revolución socialista, en algún lugar del mundo[13]. Sin hurgar mucho, y a pesar de que no los mencionen en su artículo, si contarán con varias capitulaciones de ese tipo en el haber del mandelismo, como ya lo hemos mencionado.
En conclusión y resumen, da toda la impresión de que el sectarismo, la virulencia y falseo sistemático de las posiciones de Nahuel Moreno que lleva adelante el PTS, son la otra cara del oportunismo con el que esta organización se ha acercado al legado mandelista.