El «inesperado» triunfo (para encuestadores y analistas) triunfo del candidato republicano Donald Trump expresa un profundo descontento social que se tradujo en millones de votos «castigo» contra el «establishment» de la principal potencia imperialista del mundo, contra Hillary Clinton y el fracaso de la mentira del «si se puede» de Obama.
Escribe Miguel Lamas
Aunque prácticamente empataron -con leve ventaja para Clinton (59.600.000 votos) contra Trump (59.390.000)- el sistema es indirecto y eligen los electores (el que gana en cada estado se lleva todos los electores de ese estado). Trump obtuvo más electores y por eso ganó.
El nuevo presidente, un magnate dueño de casinos e inmobiliarias, recibió de los multimillonarios que financian las campañas mucha menos plata que Clinton (sumaron más de 1.500 millones de dólares en total).
Trump habló demagógicamente contra la «globalización», por traer de vuelta las fábricas (que las multinacionales se llevaron a China y otros países) y contra el libre comercio. Pegando en cosas sentidas por millones de trabajadores desempleados.
Crisis en el imperio
«Lo que muestra la campaña electoral es un cuerpo social desgarrado como consecuencia de una política que ha concentrado el poder y la renta en el 1% de la población […] Ahora el consumo de heroína afecta al cinturón industrial del país, donde han cerrado cientos de fábricas y barrios enteros que han quedado abandonados.
Según datos oficiales, los ingresos descendieron el 17% entre los más pobres y el 10% en las clases medias» (nota Raúl Zibechi en Sputniknews.com). Pero las ganancias del 1% más rico se incrementaron un 156% (Harvard Gazete, 1/2/2016). La mortalidad entre los más pobres es similar a la de Sudán o Pakistán.
El llamado históricamente «sueño americano» (es decir, la oportunidad de progreso social), se ha vuelto una pesadilla para millones de personas que perdieron su casa por hipotecas y en muchos casos sus jubilaciones, y para millones de jóvenes que sólo consiguen trabajos precarios y deben vivir con sus padres porque no pueden acceder a ninguna vivienda. Mientras Obama rescató a los bancos y automotrices, no rescató a los millones que perdieron su empleo, casa, salud y/o la jubilación.
Crisis política y social
En gran medida la votación por Trump y el aumento de la abstención (en 8 años los demócratas perdieron 10 millones de votos, respecto a lo obtenido por Obama en el 2008), fue un voto castigo contra el desastre que causó la crisis del sistema capitalista-imperialista abierta en el 2007. Y un voto castigo a la política económica encabezada por Obama en los últimos años en EE.UU y en el mundo, provocando que la crisis la paguen los trabajadores y los de abajo. Así se demostró la falsedad del supuesto «cambio» que había prometido el «demócrata» Obama y que muchos desde la izquierda reformista alentaron que sería un presidente «progresista». Esto fue lo que los votantes repudiaron, equivocadamente votando a Trump o con abstención.
Hace tres meses el Washington Post indicaba que el 57% de los ciudadanos yanquis no quería a ninguno de ambos candidatos. Otra encuesta, de Gallup, realizada en junio, indicaba que un 47% de votantes «podría votar por un socialista» (esto se elevaba a un 69% entre los jóvenes).
Es decir, lo que hay es una gigantesca crisis política y social en los EE.UU., o sea, en la cabeza del sistema imperialista mundial. En su seno se expresa una masa popular que ha empezado a odiar a los supermillonarios que llevaron a este desastre y a descreer de los políticos que los gobiernan (los Bush, Obama o los Clinton). Esto se expresó, hacia la izquierda, en la interna demócrata con la candidatura de Sanders, que aunque perdió frente al tramposo aparato demócrata que hizo ganar a Clinton, sacó 13 millones de votos. Y se manifiesta, en forma distorsionada, con el equivocado voto de sectores populares y trabajadores por Trump, ante la falta de una alternativa de izquierda, un millonario racista que también es parte de lo mismo. Un fenómeno de descreimiento político mundial emparentado con el Brexit (la votación en Gran Bretaña por la salida de la Unión Europea) o el NO al acuerdo con las FARC en Colombia. O sea, se sumaron votos de trabajadores blancos y populares a la base electoral tradicional de derecha y ultraderecha del país.
Lo que viene
El discurso de Trump, luego del triunfo, fue sorpresivamente moderado para su estilo. Después de felicitar a su rival, Hillary Clinton, llamó a la «unidad de todos los americanos». Es decir, ya dejó de hablar contra los ricos de Wall Street, y más bien quiere entenderse con ellos.
Por eso su falsa promesa de que «volverá al sueño americano», a reestablecer los puestos de trabajo perdidos o los salarios caídos, no se cumplirá. El verdadero rostro de Trump quedará aclarado rápidamente para sus votantes. Trump es el nuevo jefe del imperialismo yanqui. Va a gobernar para Wall Street y las multinacionales.
El triunfo de Trump impactó en el mundo y se hacen todo tipo de pronósticos apocalípticos. Desde ya nada bueno se podrá esperar de este derechista, misógino y racista. Veremos hasta dónde va a poder aplicar su política en EE.UU y en el mundo. Lo seguro es que la crisis aguda de la economía capitalista-imperialista va a continuar y que, por lo tanto, en los EE.UU seguirá la crisis social y política. Por eso la perspectiva más probable es que, en los próximos años, se profundice la crisis y la lucha social por el salario, el trabajo, la salud, educación y los derechos de los afroamericanos e hispanos.